Almodóvar, en Cannes con ‘Dolor y gloria’
El español llegó por primera vez a esta muestra en 1983. Ahora vuelve por la Palma de Oro.
En Cannes ya se comienza a vislumbrar entre las películas favoritas en competición la posible Palma de Oro. El pasado viernes sorprendió Pedro Almodóvar con su vívido y magnífico mosaico de sombras y memorias: Dolor y gloria.
Una historia de idas y venidas, de descubrimientos y de transformaciones, de amores perdidos y reencontrados, de heridas que dejan la huella de un presente que, inevitablemente, ha perdido la esperanza de la juventud para enfocarse en la ansiedad de la madurez.
En el umbral de sus 70 años, Almodóvar regresa a Cannes por sexta vez con su nueva creación, cuadro crepuscular sobre la existencia de un director de cine que se le asemeja mucho, pero no del todo, y sobre una nación, España, que ha cambiado a la par con él. Una especie de autoconfesión que, independientemente de eventuales referencias reales, filtra en la pantalla la esencia de una profunda experiencia interior.
Y sin renunciar a su forma estilística, como siempre impactante, concreta, colorida, pop, logra realizar un gran clásico.
Para animar el juego de espejos que se impone en Dolor y gloria –cinta estrenada en marzo pasado, con una excelente acogida en la taquilla– el director manchego echó mano magistralmente de un alter ego confiable, Antonio Banderas, actor que nació con él y a él retorna, listo para dejarse plasmar sin poner resistencia alguna, con la dedicación de quien, después de haber abandonado las propias raíces y de haber construido una carrera hollywoodense, como intérprete, director e incluso como hombre, ha comprendido que había llegado el momento de hacer el camino inverso.
En el entramado del filme, entre situaciones vividas e imaginadas, experimentadas en primera persona o también reelaboradas a base de anécdotas de amistades, está el universo de Almodóvar observado desde la perspectiva más íntima, con la voluntad de no esconder nada, sin arrepentimientos ni remordimientos.
Esta vez, facturada con nueva sobriedad, menos humorismo y menos uso del barroco. Muy lejana a su filmografía en la que siempre ha proyectado su espíritu irreverente, el gusto por los elementos fetiches, el variopinto universo femenino que le es muy allegado, donde en cada filme celebra las imperiosas leyes del deseo. Sin duda, la señal de una verdadera reconciliación consigo mismo.
PROPUESTA DE LOACH
“Los relámpagos no caen jamás en el mismo lugar”, responde, por su parte, con ironía Ken Loach, a quien le profetiza una tercera Palma de Oro con Sorry We Missed You. Y en esta frase hay más sinceridad que superstición. A sus 83 años, el elogiado director británico no ha perdido su lucidez política y su rabia socialista, pero parece menos combativo de lo usual.
Sobre todo menos retórico. Quizás por esto su nuevo filme conquista y conmueve profundamente. Al centro siempre la clase obrera más necesitada. Esta vez es la crisis de una familia de Newcastle, en el noreste de Inglaterra, donde el padre acepta un trabajo esclavizante de repartidor de mercancía, mientras la madre se desmadra cuidando inválidos a domicilio, el todo para sobrevivir y soñar en algún posible futuro para su hijo, rebelde y grafitero. Realmente emociona.
En días anteriores, Los miserables (en alusión a la célebre obra de Víctor Hugo) sorprendió en la Croisette. El director Ladj Ly, que comienza a ser conocido como el Spike Lee francés, aporta al festival, con su primer largometraje, su mirada propia sobre esta juventud encolerizada.
Basada en vivencias personales, incluso ambientada en Montfermeil, suburbio a las afueras de París en el que vive, es un retrato de las tensiones permanentes entre los policías que imponen la ley a su modo y los jóvenes negros que se sienten abandonados por la sociedad y que compensan su rechazo a base de rebeldía, hasta el día en que todo se desborda y solo queda la violencia.