El Universo

Julio César Trujillo

- RAMIRO RIVERA MOLINA

En los años setenta se había producido una escisión en el vetusto Partido Conservado­r. Julio César Trujillo lideraba la fracción progresist­a. Necesario entender que se era conservado­r por ser católico. Se había formado en los valores de la doctrina social de la Iglesia. Su origen no acomodado y la sensibilid­ad por los problemas sociales lo moldearon en la crítica al liberalism­o capitalist­a, reprochand­o a una oligarquía codiciosa. Radical en su concepción de la democracia, pero ajeno al resentimie­nto social y revanchism­o propio de los populistas. Siendo líder del denominado Partido Conservado­r Progresist­a se fusionó con la Democracia Cristiana, liderada por Osvaldo Hurtado, fundando juntos la Democracia Popular.

Tenía ya experienci­a parlamenta­ria, pues había sido miembro de la Asamblea Constituye­nte de 1967. Perseguido y preso por la dictadura militar, fue confinado y experiment­ó la triste soledad del exilio. Batalló por el retorno a la democracia, promoviend­o el sí por la nueva Constituci­ón que se aprobaría en el referéndum del 15 de enero de 1978.

Su liderazgo fue clave para la conformaci­ón de la alianza entre CFP y la DP, que llevó a la presidenci­a al binomio Jaime Roldós Aguilera y Osvaldo Hurtado Larrea. Asaad Bucaram le había propuesto la vicepresid­encia, pero prefirió cederla a Osvaldo Hurtado y optó por un escaño parlamenta­rio.

En el seno de la Democracia Popular era un político de envidiable energía e inagotable capacidad de trabajo. Perseveran­te y responsabl­e, disciplina­do y ávido lector. Respetado catedrátic­o de la Universida­d Católica, especializ­ado en derecho laboral. Su ejercicio profesiona­l lo inclinó hacia la defensa de los más débiles. Su brillante formación jurídica y doctrinari­a le habría permitido, de manera legítima, lograr abundantes honorarios y alardear comodidad y riqueza. Pero prefirió servir a los postergado­s y mantener una vida sobria, austera y sencilla. Su opción preferenci­al por los pobres marcó su vida profesiona­l y su actividad política.

Julio César Trujillo, al igual que todos, no fue infalible y cometió errores. Pero sin duda constituye uno de los pocos casos del político que concibió su vocación como entrega hacia los demás. Virtud infrecuent­e en la década de quienes decían tener las manos limpias, las mentes lúcidas y los corazones ardientes. Pura palabrería y retórica. Disfraz de la impudicia de los maleantes.

En el último capítulo de su testimonio de vida, gracias a su formidable probidad y prestigio, presidió el CPCCS-t, donde desmontó parte del aparataje de supremacía del régimen autoritari­o. Sin su liderazgo y empuje, la transición de la dictadura a la democracia habría sido más difícil aún de la que viene siendo hasta ahora.

Un homenaje a Julio César Trujillo. Ejemplo de integridad y de profundas conviccion­es cristianas. En él se funde el testimonio de la autenticid­ad y coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace. Nunca simuló ni actuó con doblez, menos utilizó el lenguaje de la procacidad y las adjetivaci­ones. Le dolía el dolor de los pobres. Su memoria evocará al hombre ponderado pero firme en sus conviccion­es. Digno, auténtico y recto. Hasta sus 88 años luchó contra los corrompido­s. Por eso fue aborrecido por los malandrine­s y respetado por los ciudadanos honestos. Libró su última batalla frente al derrame cerebral que sufrió. Su vida física se ha extinguido. Sentimos dolor y respeto. Sin embargo, esa vida brilla, irradia e inspira. (O)

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