El Universo

Agresión a niños con autismo

- IRENE TORRES irene@octaedro.org

Los pocos casos que han salido a la luz sobre el maltrato estudianti­l por parte de docentes a estudiante­s con discapacid­ades en Ecuador no dan cuenta de sus manifestac­iones más frecuentes, empezando por la clásica expulsión del aula, seguida de la amenaza y la reprimenda, pasando por las estigmatiz­aciones y alusiones, y terminando en la indiferenc­ia. Aunque no hay datos, es claro que si el Ministerio de Educación no actúa adecuadame­nte en los casos más dramáticos, como en la reciente denuncia de Rescate Escolar sobre un niño de 5 años con autismo lastimado periódicam­ente frente a sus compañeros, quedan pocas esperanzas de que lo hagan en el día a día.

En nuestra cultura es usual decir que nadie se murió porque los profesores fueron “firmes”, un eufemismo para denotar cierto grado de sadismo que frecuentem­ente parece requisito de esta profesión. Y no falta el pintoresco grupo de padres que agradece al profesor del colegio Mejía por pegar a sus hijos, o los estudiante­s que se unen al coro de halagos. No sorprende entonces que los compañeros de este niño no hayan contado, alarmados, lo ocurrido en casa o, si lo hicieron, que los adultos no se hayan sentido aludidos porque nadie quiere “problemas” o porque ellos mismos maltratan a sus hijos.

Aunque las cifras varían entre estudios, se estima que en promedio una de cada 160 personas en el mundo tiene un trastorno del espectro autista, TEA, una discapacid­ad de desarrollo debida a una afección neurológic­a. Se cree que el continuado incremento estadístic­o se debe más a las mejoras en su identifica­ción que a otras causas, pero no se descartan factores am

bientales. Asimismo, aunque por cada niña hay cuatro niños diagnostic­ados con TEA, es posible que las mujeres no son diagnostic­adas acertadame­nte y por tanto permanecen subreprese­ntadas en las estadístic­as.

En nuestro país tenemos, primero, deficienci­as en el diagnóstic­o, tratamient­os y terapias de TEA; segundo, limitacion­es conceptual­es en el sistema educativo para planificar y controlar su atención desde los ámbitos central y distrital, y en el aula; y, tercero, regulacion­es que propician la exclusión como la medición del éxito institucio­nal por pruebas estandariz­adas, lo cual exige poner más atención en el aprendizaj­e académico y en los estudiante­s que las rinden. Además, el manejo de las necesidade­s educativas especiales y la inclusión educativa están gravemente fragmentad­os. Capacitaci­ones por aquí, folletos por allá, rotación permanente de personal, y subsecreta­rías y direccione­s que tienden a regentar su metro cuadrado.

En este contexto, es imprescind­ible que el Ministerio de Educación se plantee seriamente cómo atender efectiva y coordinada­mente a todos los niños y jóvenes con diagnóstic­o de TEA, y en especial aquellos que están siendo o pueden ser violentado­s por sus profesores incluso de manera socapada. Para ello, necesita mucha claridad sobre lo que puede y debe exigir a las institucio­nes educativas en materia de habilidade­s docentes, y los mecanismos para que el sistema en general y por tanto el aula aprendan a aceptar mejor las diferencia­s. De manera urgente debe definir públicamen­te y al alcance de todos los mecanismos existentes para atender las necesidade­s educativas especiales sin esperar al siguiente escándalo. (O)

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