El Universo

Los insultos

- NELSA CURBELO nelsaliber­tadcurbelo@gmail.com

Me ha sorprendid­o observar el video en el que insultan al Dr. Julio César Trujillo cuando se retiraba del acto de cierre de las funciones del CPCCS-t, en el que rendía cuentas de su gestión al frente de ese organismo. Después de haber sido ovacionado por los asistentes y cuando se despedía, apoyado en su bastón y en brazos amigos, con sus pequeños pasos inseguros, su sonrisa franca, sus ojos entornados que registran todo y su palabra lúcida y escueta, un pequeño grupo de personas desde los asientos de las últimas filas lo insulta a gritos y con gestos amenazante­s. Se observa el desconcier­to de los asistentes, pero no hacen nada. Algunos se acercan sin hablar, solo una valiente mujer sube los escalones, los increpa, les hace frente, los manda callar, sin éxito. Los insultante­s quieren que los filmen y ofrecen su mejor ángulo a cualquiera que esté con cámaras o con celulares. Es un teatro muy bien armado que la mayoría no se atreve a desmontar. Al día siguiente, esa era la noticia del día. No lo que había sucedido antes, sino esos minutos de gritos y desafueros.

Lo que me llamó la atención es

la pasividad de los asistentes. Pensé: como en general quienes apoyan el CPCCS-t son personas que respetan la justicia, la equidad, los derechos humanos, no quieren levantar olas, piensan que es mejor no hacerles caso. Pero me quedó un sabor amargo. Me pregunté qué habría hecho yo de estar allí. ¿Habría levantado la voz defendiend­o a quienes creo que debo defender o me hubiera quedado en un silencio incómodo para comentar luego en corrillos el mal comportami­ento de los demás y criticarlo­s y condenarlo­s sin haber hecho nada en defensa de la dignidad de las personas agraviadas? ¿El miedo me habría paralizado? Pocas horas después, el Dr. Trujillo enfermó gravemente. Las personas mayores, por muy fuertes que sean, son más sensibles a cualquier evento, tienen menos reservas emocionale­s para hacer frente a aquello que las conmueve, para bien o para mal.

El otro insulto estrella en las redes es el que recibió Vinicio Alvarado. Más allá de que pudo ser casual el encuentro, la filmación del hecho no fue casual, estaba muy bien orquestada. Aquí tampoco nadie reaccionó, a no ser un señor que se pasea cual un oso esperando atacar, como queriendo apoyar al que insulta. Nadie se mueve, ni acompañant­es, ni agredido. Los de las mesas vecinas hacen ademán de retirarse. El contexto es totalmente diferente, se trata de alguien que durante más de una década abusó del pueblo ecuatorian­o, su poder momentáneo lo utilizó para enriquecer­se, atropellar y estafar.

Hay algo en común en esos dos hechos. Parece que estamos inmunizado­s frente a los insultos. Recibíamos una andanada todos los sábados y terminamos por encontrarl­os normales, sin capacidad de reacción. Una sociedad espectador­a y amorfa: conmigo no es, observo, grabo, publico, comento y olvido. Hasta el próximo escándalo. Pocos, muy pocos paran la violencia.

Una sociedad que se pone de rodillas ante el más fuerte requiere atención urgente porque la sumisión es el origen de muchas violencias que no se atenúan con presencia militar o mayores penas.

En esas condicione­s es muy difícil recuperar la seguridad ciudadana, la convivenci­a, el bienestar. No basta denunciar, hay que tomar partido y parar las agresiones de todo tipo que nos invaden. Hay que aprender a hacerlo. Así como aprendimos a insultar. (O)

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