Mundo paranoico
La capacidad para opinar o emitir juicios de valor sobre determinados temas, por polémicos o controversiales que sean, exige una dosis mínima de sindéresis, objetividad y sensatez, virtudes cada vez más perdidas, especialmente cuando los puntos en discusión chocan con lo que consideramos infranqueables límites morales, religiosos y éticos. El problema se agudiza cuando la discusión se traslada a las redes sociales, poderoso elemento de comunicación en estos tiempos, pero que desafortunadamente contribuye en muchos casos a confundir y tergiversar en medio de un intercambio obsesionado, lleno de iracundia.
Hago alusión al caso específico de la discusión originada a raíz de la decisión de la Corte Constitucional de reconocer la validez del matrimonio de parejas del mismo sexo, resolución que se anticipaba iba a acarrear gran controversia, tal cual ha ocurrido en otros países inclusive en aquellos que tratan estos temas con mayor liberalidad. La controversia es válida y fundamental como elemento básico de la convivencia social, especialmente en una sociedad equilibrada y tolerante; sin embargo, si esa misma controversia se convierte en fuente primaria de agravios y descalificaciones, pierde su sustento y se convierte en simple receptora de frustraciones, iras y obstinaciones. Si a quien sostiene que no cabe la discriminación contra la expectativa gay se lo califica de inmoral y degenerado; a quien considera que no es admisible el matrimonio
igualitario le llueven los epítetos de retardatario y llevador de doble vida, por decir lo menos.
Hay estudios que demuestran que la lógica de la discusión en las redes sociales permite la exhibición de posiciones fundamentalistas y atropelladas, pero que no debería causar mayor perplejidad y asombro, pues si bien resulta evidente que la controversia en tales casos incorpora un tratamiento agresivo “con frecuencia e intensidad inusitadas”, eso no quita méritos a la posibilidad de que muchas personas opinen de forma libre y vertiginosa. En otras palabras, lo que se señala es que hay que estar conscientes de que la discusión en las redes sociales implica una serie de arbitrios y exageraciones, pero que sin embargo los beneficios derivados de la reflexión en las redes son mayores que los riesgos que esta acarrea. El problema es que tras esa idea, muchas personas que podrían sustentar una opinión equilibrada (por no decir centrada) prefieren no opinar, antes que exponerse a un torrente interminable de insultos y descalificaciones.
Paradójicamente, lo trascendente en la discusión sobre temas polémicos como el matrimonio igualitario queda relegado a un simple intercambio de afrentas sin mayor fundamento ni peso, excluyendo lo que debería ser una reflexión categórica sobre los alcances del matrimonio. Desafortunadamente, el mundo paranoico de las redes sociales convierte la discusión en caricatura, espejo de una sociedad en desequilibrio. (O)