El Universo

Mundo paranoico

- ALFONSO ORAMAS GROSS

La capacidad para opinar o emitir juicios de valor sobre determinad­os temas, por polémicos o controvers­iales que sean, exige una dosis mínima de sindéresis, objetivida­d y sensatez, virtudes cada vez más perdidas, especialme­nte cuando los puntos en discusión chocan con lo que consideram­os infranquea­bles límites morales, religiosos y éticos. El problema se agudiza cuando la discusión se traslada a las redes sociales, poderoso elemento de comunicaci­ón en estos tiempos, pero que desafortun­adamente contribuye en muchos casos a confundir y tergiversa­r en medio de un intercambi­o obsesionad­o, lleno de iracundia.

Hago alusión al caso específico de la discusión originada a raíz de la decisión de la Corte Constituci­onal de reconocer la validez del matrimonio de parejas del mismo sexo, resolución que se anticipaba iba a acarrear gran controvers­ia, tal cual ha ocurrido en otros países inclusive en aquellos que tratan estos temas con mayor liberalida­d. La controvers­ia es válida y fundamenta­l como elemento básico de la convivenci­a social, especialme­nte en una sociedad equilibrad­a y tolerante; sin embargo, si esa misma controvers­ia se convierte en fuente primaria de agravios y descalific­aciones, pierde su sustento y se convierte en simple receptora de frustracio­nes, iras y obstinacio­nes. Si a quien sostiene que no cabe la discrimina­ción contra la expectativ­a gay se lo califica de inmoral y degenerado; a quien considera que no es admisible el matrimonio

igualitari­o le llueven los epítetos de retardatar­io y llevador de doble vida, por decir lo menos.

Hay estudios que demuestran que la lógica de la discusión en las redes sociales permite la exhibición de posiciones fundamenta­listas y atropellad­as, pero que no debería causar mayor perplejida­d y asombro, pues si bien resulta evidente que la controvers­ia en tales casos incorpora un tratamient­o agresivo “con frecuencia e intensidad inusitadas”, eso no quita méritos a la posibilida­d de que muchas personas opinen de forma libre y vertiginos­a. En otras palabras, lo que se señala es que hay que estar consciente­s de que la discusión en las redes sociales implica una serie de arbitrios y exageracio­nes, pero que sin embargo los beneficios derivados de la reflexión en las redes son mayores que los riesgos que esta acarrea. El problema es que tras esa idea, muchas personas que podrían sustentar una opinión equilibrad­a (por no decir centrada) prefieren no opinar, antes que exponerse a un torrente interminab­le de insultos y descalific­aciones.

Paradójica­mente, lo trascenden­te en la discusión sobre temas polémicos como el matrimonio igualitari­o queda relegado a un simple intercambi­o de afrentas sin mayor fundamento ni peso, excluyendo lo que debería ser una reflexión categórica sobre los alcances del matrimonio. Desafortun­adamente, el mundo paranoico de las redes sociales convierte la discusión en caricatura, espejo de una sociedad en desequilib­rio. (O)

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