Ecuador: los sueños se cumplen Joel Estupiñán
Cuenta por qué se alejó del grupo para vivir solo ese momento glorioso.
Las luces del Estadio Municipal de Gdynia alumbran el momento mágico y la felicidad de los seleccionados de Ecuador, que acaban de ser premiados por ser terceros en el Mundial Sub-20 de Polonia, tras vencer 1-0 a Italia. Momento único en la noche polaca del pasado viernes. En las gradas, un puñado de compatriotas no para de festejar. Mas, una imagen llama la atención: Joel Estupiñán, apartado de la celebración, se suelta en llanto al mirar la medalla de bronce y su mirada a ratos se pierde en el horizonte.
La mente de Joel –cuenta a este Diario– no está en la turística ciudad de Gdynia, la cual sufrió el desplazamiento de sus nativos durante la Segunda Guerra Mundial, y que para los ecuatorianos significará la urbe donde Ecuador alcanzó –por ahora– la mayor gesta futbolística, sino que él se traslada a Las Malvinas, un barrio ‘caliente’ de Esmeraldas, donde nació, se crio y en el cual peloteó en sus inicios. El mundialista –mientras el jolgorio tricolor se adueña del escenario– sentado a un costado vive un trance: “En segundos pasaron muchos recuerdos de mi infancia por la cabeza. Duros momentos que viví, los cuales los superé con esfuerzo y ahora aún pienso si esto no es un sueño”, relata en un diálogo telefónico, mientras se trasladaba ayer hasta Varsovia. Hoy, él y el resto de la delegación tienen previsto llegar a Quito a las 14:40. “Mi madre, Melay García, falleció cuando yo tenía un año de edad, entonces mi papá (Carlos Estupiñán) tuvo que ser padre y madre para mis cinco hermanos y yo”, inicia su relato Joel, sobre este doloroso momento que lo vivió en el 2000. De sus hermanos, solo Rommel llegó al profesionalismo e incluso fue campeón con Deportivo Quito, dice.
El trágico destino no paró. Una madrugada el corazón de su hermana Gisela dejó de funcionar: “Comenzó a ahogarse, se la llevó al hospital, pero (hace una pausa) nada, se nos fue”, prosigue y se nota dolor.
“Para los tres va esta medalla. Para mi mamá y mi hermana que no alcanzaron a ver este triunfo, pero que desde el cielo festejarán y me darán fuerzas para seguir”, destaca el esmeraldeño, de 20 años.
“Y para mi papá, que pese a no tener un trabajo fijo nunca nos hizo faltar un plato de comida. En medio de sus necesidades sacaba 25 centavos (de dólar) y me daba para que fuera a entrenar”, rememora.
“Yo, lleno de sueños, le decía: Algún día te voy a recompensar, papá, y así lo haré”, añade.
Múltiples recuerdos fueron cortados por sus compañeros Richard Mina (el autor del gol ante Italia, el viernes) y Johan Lara, su otra familia. Se percatan del conmovedor momento y lo levantan. Camina un poco y se funde en un abrazo paternal con el DT Jorge Célico.
Joel quizá no será recordado por actuaciones descollantes en el Mundial, pues jugó pocos minutos en la victoria (1-0) ante México, pero su imagen emotiva quedará en los aficionados, y su historia de vida será digna de imitación: nunca se rindió, pese a que muchos, cuenta, “pronosticaron que no llegaría al fútbol profesional”.
El jugador de Mushuc Runa dice que ya quiere estar en Las Malvinas para abrazar a su progenitor –hoy en el Día del Padre– y entregarle la medalla. Su apoyo fue clave para que llegara a ser futbolista desde que comenzó en los equipos barriales de Nuevo Milenio y Nueva Unión, en su natal Esmeraldas. Igual, cuando estuvo en la escuela Alfaro Moreno, también en su tierra. Y de ahí el paso al profesionalismo en Cuniburo, Esmeraldas Petrolero y el equipo de Ambato.
Llevar esta medalla y dársela por el Día del Padre significa mucho para mí. Esto es el inicio, pues quiero poner un negocio para que él (su padre Carlos) deje de trabajar”.
Joel Estupiñán, seleccionado sub-20