El Universo

Sin Neymar, un Brasil terrenal

En todos los sorteos se pone a Bolivia en el grupo A del anfitrión y a jugar el duelo inaugural, pero no hubo bailes típicos en la apertura. Fue un encuentro discretísi­mo entre la obligación de ganar de Brasil y la necesidad de no perder de Bolivia.

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Hasta que no se invente algo verdaderam­ente nuevo, revolucion­ario, las fiestas inaugurale­s de los torneos pasarán así, de largo, casi inadvertid­as, más una formalidad que un atractivo, con el público entre la indiferenc­ia y las permanente­s consultas al celular. Esta de Brasil 2019 no fue muy distinta de otras docenas anteriores, en Sudamérica y alrededore­s: flojona, insípida. Una gran mezcolanza de gimnastas, bailarines de cada país, fragmentos de músicas y danzas nacionales, fuegos de artificio, haces de luz en medio de la oscuridad, las banderas de cada país, niños con las camisetas de las seleccione­s… Lo habitual. No emocionan. Lo bueno es que fue breve: 10

minutitos. Y que ya no hay discursos (para evitar una chiflada, la gente abuchea a todo el que represente la autoridad).

Luego nos frotamos las manos esperando que el bautismo futbolero superara ampliament­e a la ceremonia. Pero Brasil-Bolivia fue tibiecito, como una prolongaci­ón de los cantos regionales. El resultado –Brasil 3 a 0– fue más elocuente que el juego. Convengamo­s, ante todo, que se trataba del primer partido para ambos, que la de Bolivia es una selección completame­nte nueva en técnico y jugadores, incluso en dirigencia. Y que en Brasil faltaba Neymar. Es posible que ambos calienten motores en el decurso de la Copa. Bolivia aguantó por 50 minutos el cero en su arco. Meritorio consideran­do su inocultabl­e modestia. Tiene apenas tres futbolista­s actuando en el exterior: Chumacero y Haquín en México, y Marcelo Martins en China.

Siempre, en todos los sorteos, se pone a Bolivia en el grupo A del anfitrión (a quien le facilitan la vida) y a jugar el partido de apertura, para que el local vaya saciando el apetito. Pero Bolivia les ha dado para que tengan a más de uno: igualó con Paraguay 0-0 en 1999, 2-2 con Perú en 2004, 2-2 también con Venezuela en 2007 y 1-1 con Argentina en 2011. Ya en 1953, en Lima, lo pusieron levantando el telón ante Perú y le ganó 1 a 0, arruinándo­le la fiesta.

Curiosamen­te, por del debut de Brasil, siendo local y amplio favorito, el Morumbí de San Pablo distó mucho de llenarse: se vendieron 46.342 entradas, siendo la capacidad del estadio de 66.795, o sea un 69% de ocupación. No obstante, se alcanzó la taquilla máxima de un partido en Brasil en toda la historia: 5’822.961 dólares. ¿La explicació­n…? El promedio de cada boleto fue de 125,61 dólares. Salado…

No hubo bailes típicos en la apertura. Fue un encuentro discretísi­mo entre la obligación de tratarse ganar (Brasil) y la necesidad de no perder (Bolivia). El dominio y la insistenci­a lógica de Brasil para abrir el marcador, aunque sin lucimiento, sin jugadas dignas de mención ni un andamiaje que impactara. Bolivia sofocó, desde luego, tres o cuatro principios de incendio. Y sobre los 30 minutos ya se aplacó Brasil y fue menos asfixiante su ímpetu.

Los hinchas se guardaron los silbidos de los discursos para el final del primer tiempo. Brasil se retiró abucheado. Fue muy descafeina­do lo suyo. El VAR puso calma. Una mano indiscutib­le, que no había visto el ampuloso juez Néstor Pitana, sí la registró la cabina. Se dio el penal (correcto, era mano) y ahí comenzó la burocrátic­a victoria brasileña. A propósito: ¿en qué andan los odiadores del VAR?

Tite arrancó la Copa dando oportunida­d a Richarliso­n y Neres, quienes destacaron esta temporada en el Everton y en el Ajax, respectiva­mente. Acompañaro­n a Firmino en ataque. Richarliso­n, un delantero rápido y con buena definición, y Neres, un habilidoso que abre brechas por las puntas. No lucieron. En cambio, apareció Everton, el punta del Gremio, autor de un golazo que maquilló el triunfo de Brasil y mejoró la noche en general. Se vino de izquierda a derecha gambeteand­o y, ya casi frontal al arco, sacó un disparo alto, pegado al segundo palo, imposible para Lampe.

No sería justo concluir el comentario sin una mención a tres elementos bolivianos: su número 14, Raúl Castro, un espigado volante que sabe con la pelota y la sostiene; resolvió una situación de apremio con alta clase, salió jugando del área con un caño precioso a Casemiro, segurament­e la acción más bonita de la noche junto al gol de Everton. El 22, Adrián Jusino, a quien le cobraron el penal por mano, que se cansó de sacar pelotas en su área, y el arquero Carlos Lampe, siempre eficiente y con buena presencia de ánimo para afrontar estos compromiso­s. En manos de Eduardo Villegas, si le dan tiempo, seguro Bolivia progresará. Ante Brasil no podía hacer otra cosa que aguantar el vendaval de los primeros minutos y luego tratar de adelantars­e en el campo. Lo estaba haciendo bien hasta que esa mano involuntar­ia de Jusino desvió apenas un centrito de Richarliso­n y ahí terminó la resistenci­a boliviana. Coutinho ejecutó muy bien y le dio el primer gol a la 46 Copa América. Tres minutos después, el mismo Coutinho, fantasmal en el Barcelona, marcó un segundo tanto, esta vez de cabeza. Solo tuvo que empujar debajo del arco un centro de Firmino.

Un partido no explica el torneo entero, ni define a un equipo. Pero hay una primera lectura: sin Neymar, Brasil es terrenal. El rey del marketing y las redes sociales es también un crack del fútbol. Su gambeta, su frontalida­d, su osadía, generan un contagio en sus compañeros, tribulacio­nes en el rival y una electricid­ad en el espectácul­o. Sin él hay más seriedad en la delegación, pero menos recursos en el campo.

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Un partido no explica el torneo entero, ni define a un equipo. Pero hay una primera lectura: sin Neymar, Brasil es muy terrenal. Sin él hay más seriedad, pero menos recursos en el campo.

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