Tranquilos, que con ‘Bolillo’ estamos aprendiendo
El directorio de la FEF guardó silencio. Abdicó de su obligación de hacerse respetar, de exigir trabajo y dedicación a Gómez cuando el colombiano dijo que a la Copa América iba a aprender con la Tricolor.
Aveces (¿o siempre?) pecamos de impacientes. Nos rebela hasta la exasperación que el “cirujano mayor” haya dejado pasar dos años y que el cáncer de la corrupción que prometió extirpar se mantenga vivo y las fortunas mal habidas, intactas. Cuidado se oxide el instrumental quirúrgico y el quirófano se quede sin luz. Le reclamamos a la locuaz secretaria del Deporte por el deplorable manejo de las ayudas a los atletas nacionales y no reparamos en que ella, por lealtad, no hace mención de los antecedentes. Eso es lo que le dejó Las manos del Ecuador después del asalto al COE y a las federaciones ecuatorianas por depórte, y al igual que el exministro, ella no tiene ningún conocimiento ni experiencia de administración deportiva.
En la Copa América 2019 pasa lo mismo. Recién el domingo
anterior fuimos a la primera clase con el noble deseo de aprender y los uruguayos, que no entienden de caballerosidad y gentileza, nos aplastaron, nos pasearon y nos golearon. Faltó que el Maestro Lechuga Hernán Darío Gómez le pidiera a un verdadero maestro como Óscar Tabárez que pare la máquina celeste. “No vengas a pedirme piedad”, le habría contestado el uruguayo. “Tú cobras más que yo y ya te embolsaste millón y medio de dólares desde que el dueño de una televisora te impuso como técnico y andas hablando de venir a aprender”. Es, obviamente, una suposición nomás, aunque esas podrían haber sido las palabras del viejo docente oriental.
Nada menos que 23 alumnos recibiendo clases de fútbol en Brasil. Algunos de ellos ya preparan su despedida de las canchas, pero hay que alabar su espíritu perfeccionista: no quieren dejar pasar un minuto de aprendizaje. Lo extraño es que estos alumnos perpetuos cobran, según dicen, miles de dólares por vestir de corto. Al menos en eso parecen futbolistas.
He consultado el Diccionario de la Real Academia para analizar si esto que hacen los futbolistas tiene algo que ver con la palabra aprender, la favorita en el excusario universal de Gómez. He copiado dos acepciones: 1. Adquirir el conocimiento de algo por medio del estudio o de la experiencia. 2. Concebir algo por meras apariencias, o con poco fundamento.
Me quedo con la número 2 porque estos jugadores que fueron aplastados por Diego Godín, Luis Suárez, Edinson Cavani y compañía ni han aprendido ni mostraron haber adquirido experiencia, aunque algunos de ellos andan por los 10 o 15 años de andar pateando pelotas por el planeta Tierra. Lo de las meras apariencias o el mero fundamento es más aceptable.
¿Vieron ustedes la falta de entusiasmo, fiereza, bravura, sentido de la dignidad de los eternos aprendices durante los 90 minutos? Parecía que estaban jugando un partido de solteros y casados. Nunca les importó el resultado. Ojalá el mismo entusiasmo muestren cuando les toque cobrar los miles de dólares que la Federación Ecuatoriana de Fútbol (FEF) les pagará por tamaño papelón.
¿Habrá quien responda por esta vergüenza? Lo dudo. Cuando Carlos Villacís, expresidente de la FEF, contra todo el país futbolero, decidió aceptar la imposición de Gómez, ya se sabía lo que iba a pasar. El “aprendiz” volvió con su acostumbrada muletilla: “A mí me contrataron para clasificar a Ecuador al Mundial 2022. A la Copa América vamos para aprender”. El directorio que reemplazó al que encabezaba Villacís guardó silencio. Abdicó de su obligación de hacerse respetar, de exigir trabajo y dedicación al colombiano.
Gómez se burló de la selección sub-20, campeona sudamericana, y de su técnico Jorge Célico, un profesional de altos conocimientos, responsable y con virtudes pedagógicas y didácticas que le permitieron llegar donde Gómez no llegará jamás: Ecuador es el tercer país en el mundo a nivel juvenil. La miniTricolor se ganó la admiración universal porque, a pesar de tener menos de 20 años, fue a ganar experiencia pero, sobre todo, fue a Polonia a mostrar lo aprendido con su maestro, el argentino Célico.
Cuando el periodismo severo e independiente criticó al Bolillo por su absurda postura de humor patético y detestable, llamó ‘ignorantes’ a quienes disentían de sus criterios insensatos.
En este 2019 cumplimos 80 años de nuestra primera participación en la Copa América, llamada antes Campeonatos Sudamericanos de Fútbol. Pasamos el primer aprendizaje con selecciones que se armaban quince días antes del torneo. A veces viajábamos en barco, peloteando en la popa. No había cuidado médico ni aceptable preparación física. Pagamos el precio del aprendizaje con goleadas y a veces con partidos dignos, como el que jugamos con Argentina en Chile, en 1945, cuando los gauchos eran el mejor equipo del mundo. Tuvimos grandes figuras como Alfonso Suárez –el mejor interior derecho del Sudamericano de 1941, elegido por el periodismo junto a una leyenda como José Manuel Charro Moreno–. Jorge Chompi Enriques y Enrique Moscovita Álvarez destacaron en 1945. Chompi fue transferido a Audax Italiano por la suma más cara en la historia del balompié chileno hasta entonces, mientras que Álvarez era fichado por Lanús de Buenos Aires. En 1953 Alfredo Bonnard fue el mejor arquero del Sudamericano de Lima y no aceptó ser transferido al fútbol francés. Y así por el estilo. Esos eran tiempos para aprender.
Que en pleno siglo XXI y con 80 años de experiencia nos quieran timar haciendo aparecer a jugadores de más de 30 años, con experiencia europea, como simples chiquillos inocentes que van a una Copa América a aprender, es un dislate que solo puede sorprender a inocentes.
Que Gómez convoque a un Antonio Valencia excedido de kilos y a un Arturo Mina pesado y fuera de ritmo únicamente puede ocurrir en un país como Ecuador, que vive un 28 de diciembre permanente.
En pleno siglo XXI, y con 80 años de experiencia, nos quieren timar. Ir a la Copa América de Brasil para aprender es un dislate que solo puede sorprender a inocentes.