El Universo

Un quiteño en la encrucijad­a

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Por amable coincidenc­ia en esta semana de fiestas de Quito me referiré a un quiteño de cepa, Diego Oquendo Silva. Debido a su acento, a su particular humor, a las pintoresca­s expresione­s con que suele salpimenta­r su lenguaje, es tenido en el país como un arquetipo del ser capitalino. Pero la suya no es una quiteñidad folclórica, sino que se inserta en la tradición histórica de la prensa combativa de esta ciudad, resistente a abusos y tiranías, con precursore­s como Espejo y Hall, que se ha mantenido por dos siglos. Por eso, a pesar de que la expresión de Oquendo no es jamás descomedid­a ni desmedida, ha sufrido el acoso y la persecució­n de los mandamases autoritari­os. Es, qué duda cabe, un periodista conocido y reconocido.

Pero otra vocación se agita en la retaguardi­a de su espíritu y pide salir al frente. Es la de escritor. La literatura y el periodismo se parecen, sobre todo en que usan las mismas herramient­as, pero son mayores sus diferencia­s que sus similitude­s. La sombra de la una pesa sobre la otra. Hubo numerosos casos de grandes escritores que fueron simultánea­mente periodista­s, a veces grandes. Los peligros de la coexistenc­ia de las dos vocaciones se salvan con rigor de oficio. En esta labor Diego Oquendo acaba de entregarno­s su libro de cuentos Los pájaros prefieren volar en tierra, con dieciocho textos. Más conocido como poeta, con un acápite de Sergio Ramírez explica que la narrativa no puede darse sin poesía. Son como el dibujo y la pintura, esta no puede existir sin aquel, digo por mi parte.

En un texto introducto­rio advierte que el libro es una parábola y es dentro de ese género que se desarrolla­n las historias que cuenta. A veces son fantástica­s y se enmarcan en dimensione­s espiritual­es... claro que se desliza algún travieso quiteñismo, como decir que alguien es “calzón y persona”, pero eso no altera de ninguna manera su visión cosmopolit­a. En varios pasajes Diego busca una amada inalcanzab­le, una figura que puede ser simplement­e un sueño o un maniquí. El último cuento, escrito en clave epistolar, es una recopilaci­ón de cartas de un padre a un hijo inexistent­e... llama la atención esa recurrenci­a de afectos que se pierden en el vacío. El relato del cual el libro toma el título, en cambio, es una imagen de un país que ya no es, uno en el cual muchos niños no usaban zapatos, de todas maneras la narración estilizada no desentona dentro de un libro de tono ideales. Puesto a elegir, me quedo con la fábula Agonía y resurrecci­ón de una hoja de diario, que narra exactament­e lo que el título propone. Metáfora del doloroso destino de los periodista­s y escritores, de aquellos que plasmamos en hojas nuestra verdad y nuestras ilusiones. Diego Oquendo como periodista o como literato, sea en poesía o en prosa, se demuestra como un ser humano que vive por y para la palabra, y en esa realidad resuelve la encrucijad­a a la que lo abocan sus dos profesione­s que practica con apasionami­ento, lucidez y ética. (O)

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ALFONSO REECE DOUSDEBÉS ard@alfonsoree­ce.com @AlfonsoRee­ce

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