El Universo

Me ha salvado el domingo

- MÓNICA VAREA

Llegamos a vivir en Quito en 1966, pero fue en 1967 cuando nos mudamos a la casa de la Coruña. En esa casa en que la niebla entraba por las ventanas, crecí. A esa casa la vi transforma­rse junto con los sueños cumplidos y rotos de papá y mamá. Al lado izquierdo de la casa había un garaje donde papá guardaba su eterno Volkswagen escarabajo, mientras en un diminuto cuarto, que luego fue el del piano, tenía sus libros, la camilla para atender a sus pacientes y el escritorio viejo. Un día decidió convertir al garaje en lo que él llamó “mi cuarto”. En “su cuarto” instaló el consultori­o, la biblioteca y el mismo escritorio de siempre.

Papá murió justo el año en que abrimos la librería, y ese espacio lo convertimo­s en la bodega Rayuela, luego tuvimos que desocuparl­o y ahora hemos decidido limpiarlo, llenarlo de nuevo de libros, ya no como la biblioteca de papá sino como una pequeña librería “Pop Up”.

Algunas tardes, mientras limpio el espacio ojeo los libros viejos y me encuentro con gratas sorpresas. Hace un par de semanas hallé un libro que publicara el periodista Diego Oquendo Silva. Está dedicado a mi papá y es de poesía, no me fijé en la fecha pero en la foto el autor luce con aire setentero. La misma semana, entre mi habitual desorden, encontré un pequeño libro acompañado de una amable tarjeta, era el reciente libro de Diego Oquendo: Los pájaros prefieren volar en la tierra.

Esta tarde de domingo que llega, como siempre, con esa sensación de deber incumplido, con ese “dolor de álgebra” mezclado con ansiedad y nostalgia leí de un tirón este libro. Grata fue mi sorpresa al ver que son cuentos que Diego escribiera desde el año 1964. Cuentos bien escritos con una pluma que tiene oficio. Son cuentos cortos que como todo buen cuento, al final nos da un golpe al alma. Golpe a veces dulce, a veces fuerte, pero siempre repleto de poesía.

A través de estos cuentos Diego Oquendo se revela como un narrador cuya poesía brota espontánea­mente, no la puede esconder. Tal vez el cuento más conmovedor es el que le da el título al libro: un niño que por primera vez usa zapatos, un niño al que se le lastiman los pies pero aguanta porque su familia se siente orgullosa de que él sea el primer miembro que los usa. Es realmente hermoso.

Hay cuentos entrañable­s, graciosos, sorprenden­tes. Hay cuentos que están escritos como cartas y que como bien dice Marco Antonio Rodríguez en la contratapa: Sus cartas al padre, con que se cierra el volumen, son pequeñas proezas.

Termino este libro con gusto pero me queda faltando. Es muy corto pienso, pero de inmediato me pregunto ¿a qué hora encuentra Diego Oquendo el tiempo para escribir, para ser el periodista que es, para ser poeta, para ser padre, para ser abuelo? ¿A qué hora? No lo sé, tal vez es insomne, o simplement­e es el resultado de haber trabajado y trabajar con la palabra y hacerlo con maestría. ¡Gracias, doctor Oquendo! Me ha salvado el domingo. (O)

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