El Universo

El riesgoso juego de Vargas

- FELIPE BURBANO DE LARA

Jaime Vargas ha lanzado un desafío a la sociedad y a la política ecuatorian­a desde un lugar indescifra­ble para quienes se ubican siempre en la perspectiv­a del Estado nación y esperan lealtad a sus símbolos, autoridade­s y soberanía. A los indígenas se les exige mayor lealtad precisamen­te porque hay la sospecha (fundada) de que están en los márgenes. Vargas ha decidido activar políticame­nte esas fronteras, colocarse fuera y transgredi­r sus límites. Cuando todos quisieran verlo dentro del diálogo, pacificado, inmerso en la racionalid­ad del ajuste fiscal, él se posiciona en otra orilla: como presidente de la Conaie, indígena achuar, amazónico, luce corona de plumas, lanza consignas sobre el ejército indio, insulta al presidente de mala manera, descalific­a a la clase política, no se presenta en la fiscalía y pone trabas para el ingreso de brigadista­s del Estado a las comunidade­s de Tigua. Vargas escandaliz­a. El Gobierno le pide que se ubique y lo acusa de atentar contra la libre movilidad de los ecuatorian­os por el territorio nacional. El señor Vargas –se lamentaba un ministro– no necesita pasaporte para venir a Quito, mientras exige autorizaci­ón de las organizaci­ones y comunidade­s para que el Estado ingrese a los territorio­s.

Vargas está en otro lugar: despliega una suerte de plurinacio­nalidad de facto, que supone, entre otras y complejas dimensione­s, impugnar al Estado y sus institucio­nes políticas como expresión de un único poder soberano sobre los ciudadanos y el territorio. Desde los años 90, la gran reivindica­ción de la Conaie ha sido el Estado plurinacio­nal. Esta demanda ha transitado por dos momentos constituye­ntes: el de 1998 que declaró al Estado multiétnic­o y pluricultu­ral, y el del 2007 que incorporó la plurinacio­nalidad como elemento constituti­vo del Estado. No hemos dado aún forma institucio­nal a esa declaració­n, pero la dirigencia indígena y los líderes comunitari­os tienen la plurinacio­nalidad muy arraigada en su imaginario político.

Vargas siente hoy ser la expresión de un poder popular con la capacidad de desafiar al Gobierno y al Estado desde un radicalism­o discursivo y desde la activación política de los territorio­s comunitari­os como espacios con una soberanía propia. En el discurso de la plurinacio­nalidad la autodeterm­inación tiene distintos modos de expresarse. Pero Vargas está llevando ese sentimient­o de poder popular a un terreno donde parecería que el propósito principal resulta su candidatur­a a la presidenci­a. Su aspiración es legítima aunque uno podría sospechar, si su paraguas político fuera Pachakutik, que las posibilida­des de llegar al electorado son escasas, mucho más ahora que su radicalism­o discursivo, unido a toda la violencia de la última jornada de protestas, resiente y asusta a un amplio sector medio de las ciudades.

La candidatur­a es problema de Vargas y de sus asesores. Sin embargo, su postura deja al movimiento social fuera del juego de negociacio­nes que abrió con el Gobierno después de una década de clausuras e imposicion­es. Está muy bien hablar y posicionar­se desde la plurinacio­nalidad, incluso desde la presión social, para negociar las políticas y la propia condición del Estado desde los intereses indígenas, pero poner en riesgo ese terreno ganado por ambiciones personales, me parece costoso políticame­nte para el movimiento, sus organizaci­ones y las comunidade­s. (O)

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