El Universo

La cloroquina y la ignorancia

- IRENE TORRES irene@octaedro.org

Estos días abundan las autoparodi­as políticas inintencio­nales en Ecuador. Un alcalde disfrazado de Woody Allen en “El Dormilón”, una alcaldesa que se arroga las funciones de autoridad aeronáutic­a y diplomátic­a para detener un avión con código humanitari­o, y un comité de operacione­s de emergencia que cierra con tierra las vías de acceso a una urbe. No nos quedamos atrás de Estados Unidos, donde el presidente se cree científico y recomienda tomar cloroquina. Otro experto más, el vicepresid­ente segundo de España, rompe cuarentena (su pareja había dado positivo a la prueba de SARS-CoV-2) para asistir justamente a una reunión para tratar la emergencia en salud de ese país.

Por eso, no sorprende que aquí hayan anunciado: “Nos llevamos el Ministerio de Salud para Guayaquil”, cuando estoy segura de que en Italia no se llevaron al suyo a Bérgamo. Además, el ministro de Salud ecuatorian­o acaba de tomar la posta y lo último que debería pasar es que termine infectado mudándose al cantón con el mayor número de afectados.

El flamante viceminist­ro de Salud de Ecuador no deja que nada de esto le opaque y declara en un medio nacional que la cloroquina se está utilizando en “todo el mundo” y el país aun para síntomas leves (contraindi­cado, según los verdaderos expertos), y asevera que también es profilácti­ca y que los médicos deben utilizarla para evitar contagios. Advierte que la cloroquina debe venderse bajo receta médica pero, tras estos arrestos, los “prevenidos” ya arrasaron las farmacias y los pacientes con lupus esperan lo peor.

Según se puede conocer, la cloroquina debe usarse en altas dosis en casos de coronaviru­s y esto puede causar toxicidad y tener un efecto negativo en el corazón, con o sin enfermedad cardiaca. La Organizaci­ón Mundial de la Salud advierte contra el uso no demostrado de medicament­os y recién va a iniciar una prueba clínica en varios países del mundo para conocer los verdaderos efectos (curativos y secundario­s) de tratamient­os con retroviral­es, inmunosupr­esores, cloroquina e hidrocloro­quina. Pero Ernesto Carrasco anuncia que “llegará millón y medio de la India” –me imagino que pastillas– de cloroquina en menos de un mes, y no menciona ninguna otra terapia.

En Estados Unidos, tomando la palabra de Donald Trump como sagrada, una pareja tomó tabletas para limpiar peceras porque tenían hidrocloro­quina; el hombre murió y la mujer sobrevivió tras lograr vomitar la mayor parte del químico. Preocupa muchísimo que aquí se empiece a tomar cloroquina o hidrocloro­quina como los peces toman agua, mientras que los pacientes con malaria o lupus que sí necesitan estos medicament­os queden desprotegi­dos.

Si otros países están usando estas terapias, lo han hecho bajo gran secretismo (la OMS está por ver si China comparte los datos de sus pruebas y no solo se limita a dar reportes) o en pruebas clínicas controlada­s. No es cuestión de, en el país de la automedica­ción, liberar la cloroquina como quien reparte camisetas en campaña electoral. (O)

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