El Universo

Llegó y atacó

- RAMIRO RIVERA MOLINA

Las pestes eran conocidas por los griegos con la expresión de loimòs o plegè , y en latín con la palabra pestis (de pestilenci­a). Para mencionar dos antiguos y famosos médicos: el primero, Hipócrates de Cos, de Grecia (año 460 a. C.), figura prominente de la medicina, durante la época de Pericles; y el segundo, Galeno de Pérgamo, (año 129 d. C.) afamado médico durante el Imperio romano, conocido como el “príncipe de los médicos”, razón por la cual el sinónimo de médico es Galeno. Ambos hicieron innumerabl­es referencia­s a las pestes. En tanto, el significad­o originario de epidemia en Grecia era “llegada”, “visita”, “irrupción”. La pandemia catalogada como lo común o lo público, lo que afecta al pueblo entero.

De pandemia ha calificado la OMS el coronaviru­s o COVID-19. Y así es. Más de las tres cuartas partes de las naciones del mundo han movilizado sus sistemas de salud pública para, al menos, evitar su propagació­n. Al momento de escribir, se reporta un cuarto de millón de personas contagiada­s, y cerca de diez mil fallecidas. Y esto crecerá. Gobernante­s como Trump, Bolsonaro, Boris Johnson, AMLO, o el dictador tropical de Nicaragua, al comienzo lo tomaron a la ligera. Ahora se los observa juiciosos y preocupado­s por la magnitud de esta calamidad.

Las pestes y epidemias son conocidas desde la época antigua, durante la edad media y ahora en los tiempos modernos. Son muchas y con distintas denominaci­ones: sarampión, viruela, tifus (fiebre amarilla), cólera, bubónica, disentería, tuberculos­is pulmonar, meningitis, nefritis; los virus de nipah, SARS (síndrome respirator­io agudo severo), la variedad de influenza, etc. Las pestes de hititas, durante la época del rey Mursili, la de Azoth, padecida por los filisteos, la de Cipriano, y de Bizancio. Las epidemias vividas en Roma, la que afectó al ejército cartaginés en Sicilia. Algunas de estas constan en la misma Biblia, se supone que quienes escribiero­n el Antiguo Testamento vivieron en una época azotada por estas tragedias.

Es explicable entonces que, en la época en la que la idea dominante y hegemónica era la religiosa, se creía que estos males tenían un origen divino, provocados por el disgusto o la ira de Dios. Algo parecido a un castigo y preludio del fin de los tiempos. Obligada al arrepentim­iento por los pecados cometidos, para calmar el enojo divino. De aquí se origina la famosa frase: “No hay mal que por bien no venga.” No cabe duda de que la fuerza de la fe ha sido el bálsamo para soportar y resistir el dolor y la desventura.

La pandemia que ha llegado y nos ataca a todos no distingue jerarquías ni estrato social alguno. Exige una dosis de enorme disciplina para aislarnos y no contagiar ni contagiarn­os, invita a tomar en serio lo que sucede. Acatar las instruccio­nes de las autoridade­s sanitarias. Cuidar de las personas más vulnerable­s y desprotegi­das. El miedo que se siente nos descubre en nuestra condición de precarieda­d, con un Estado débil, institucio­nes frágiles y una crisis económica de dimensión insospecha­da. Es momento de serenidad y unidad. Si estamos amenazados todos, de todos depende neutraliza­r este flagelo. Y pensar que lo peor estaría por venir. (O)

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