El Universo

Ahora duele, después seguimos

- JULIO CÉSAR ROCA DE CASTRO

No lo lloran las hormigas, no lo lloran los zapatos que usaba. Lo lloramos nosotros: su esposa, sus hijos, sus hermanos y demás familiares, sus amigos. La voz interior del afecto proclama que puede ser un error, que no está muerto.

Dice el Principito de su amigo: “No era más que un zorro semejante a 100 000 otros, pero yo le hice mi amigo y ahora es el único en el mundo”. Nuestro viajero era más que eso, sin embargo, nunca presumió de ello, gustaba andar descalzo por la vida y, afortunada­mente, no era el único en nuestro mundo, mas en él era un gigante y en otros mundos también, porque fecunda fue su existencia.

Nadie nos puede quitar el derecho a la indignació­n. Tres hospitales públicos y privados ni siquiera le abrieron las puertas. Sin echar la culpa a otras personas o institucio­nes, a pesar de que lo asistieron solidariam­ente algunas personas, por la crisis hubo dificultad­es para obtener lo necesario y el Estado…, no hablaré de ello esta vez.

Vendrán otros tiempos, pero nadie puede privarnos ahora de deplorar la falta de los besos y abrazos que daba y recibía de su esposa y sus hijos. El “Bar del Cielo”, un lugar situado al pie de un árbol, donde tres amigos nos reuníamos a conversar y tomar unos tragos, queda con dos devotos, donde seguirá habiendo más cielo que bar.

En nuestros diálogos solíamos desnudar el alma. Quedó pendiente hablar de las luces y las sombras de la peste ominosa que lo llevó y está robando la vida de tantos. Quedó pendiente conversar de La peste de Camus y de Ensayo de la ceguera de Saramago, donde, como lo hemos vivido ahora, contrastan las condicione­s humanas. En la positiva, el doctor Rieux de La peste trabaja con honestidad y sin alarde de proezas por las víctimas de la peste, el único medio de acabar con ella como dice él.

Y en la obra del portugués, una mujer ve lo que nadie ve porque no quiere ni puede ver. Como sostiene un crítico de la novela del francés, el esfuerzo por la felicidad no se realizará con el egoísmo que también asoma en el relato, sino con la entrega de sí mismo hacia los demás. También muere un niño y Rieux exclama: “Tengo otra idea del amor y estoy dispuesto a negarme hasta la muerte a amar a esta creación donde los niños son torturados”.

Marcos no odiaba, creía como el Principito, que es una locura odiar a todas las rosas solo porque una te pinchó. Creía como él, que lo esencial es invisible a los ojos y que únicamente con el corazón se puede ver bien. Era un hombre bueno y creía en la bondad humana y en una sociedad justa. No tuvo enemigos.

Pero este no es un llanto por el viaje a la eternidad de uno solo, sino por el viaje de las otras víctimas mortales del virus que aborrece a la humanidad. De

David, de Gustavo, de Jorge. De los que falleciero­n por no poder recibir tratamient­o médico por otras enfermedad­es. De aquellos cuyos cadáveres fueron abandonado­s en las calles, de los que yacían en sus casas sin ser retirados algunos días o de los que debieron esperar para ser cremados. Es el tormento de los deudos de esos viajeros que debieron pagar más por bienes y servicios, buscarlos en las fundas que los contenían, echados

En cada música que haga vibrar las fibras del alma estará presente, en cada rincón recorrido. Ahora los recuerdos son un cuchillo clavado en el presente y el porvenir, pero algún día serán plácidos y el porvenir se aclarará. Solo duerme, llegará a besar, a abrazar, en el alba, con la lluvia, como reza un poema perdido.

en los depósitos de los hospitales, buscarlos en algún lóbrego rincón. Ahora tendrán que abrazar las cenizas de sus muertos, no pudieron sepultar los cuerpos. ¡No es la novela de Camus, ni la de Saramago, es real, es la llaga que dejará cicatrices en el alma de esos parientes y de la colectivid­ad! Rieux quiere “…testimonia­r en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violación que les había sido hechas, para decir simplement­e algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres cosas más dignas de admiración que de desprecio”.

En el bar del cielo y en la célula cívica a la que perteneció, la palabra de Marcos siempre fue mesurada, analítica, respetuosa.

Su esposa recuerda las enseñanzas en los genuinos valores que transmitió a sus hijos y su amor a ella. Una hija suya recuerda cuando la cargaba de niña y veían la luna; otra, su risa y su inmensa capacidad de amar. Una tercera. esa risa con ella, que siempre tenía al padre brújula, con libros al lado, la calma que le soplaba. El menor recuerda sus juegos de pelota y su palabra. Se aferran a la vida a través del amor que les tuvo, el que les enseñó a tener, por los “propios” y los otros.

En cada música que haga vibrar las fibras del alma estará presente, en cada rincón recorrido. Ahora los recuerdos son un cuchillo clavado en el presente y el porvenir, pero algún día serán plácidos y el porvenir se aclarará. Solo duerme, llegará a besar, a abrazar, en el alba, con la lluvia, como reza un poema perdido. Dice Camus: “Hay una cosa que se desea siempre y se obtiene a veces: la ternura humana”. Que la ternura que ha cubierto al mundo en la cuarentena y que ha pintado del color del cielo a la tierra, inunde perdurable­mente a todos los habitantes del planeta. (O)

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