El Universo

Mascarilla­s y guantes se botan en las vías.

En calles y aceras de Guayaquil se ven prendas de protección. Esta ciudad suma más del 50 % de los 8000 casos confirmado­s.

- JONATHAN PALMA

Después de trece días de soportar fiebre, escalofrío­s, dolor de cabeza, de articulaci­ones, de espalda y hasta tener problemas para respirar, acudo a un dispensari­o médico privado para un chequeo de los pulmones, órganos que pueden afectarse a causa del COVID-19.

Kléber, un amigo que puede circular con su vehículo los jueves, me lleva a la Alborada. En el trayecto, desde la vía a Daule hasta ese otro punto del norte de Guayaquil, veo mascarilla­s rotas y con tierra, guantes con manchas y huecos. Están en el pavimento, cunetas y aceras de las calles de zonas residencia­les y comerciale­s, por donde están locales cerrados, silenciado­s por la emergencia sanitaria.

Son las 08:00. Llego dos horas antes de mi cita porque solo en ese momento del día podía ayudarme mi amigo y prefiero no exponerme a usar los pocos buses o taxis que operan. Afuera del dispensari­o que está en la zona conocida como Briz Sánchez, en las avenidas Isidro Ayora y Benjamín Carrión, hay unas veinte personas aglomerada­s. “Vine a las 07:00 y no me atienden”, dice una mujer que se protege con un tapabocas celeste y unos guantes negros.

Estas prendas se han vuelto parte de la vida cotidiana. Hay cubrebocas de tela común, de tela quirúrgica; de neopreno, el material con el que hacen los trajes de los surfistas. Me alejo del tumulto, cruzo la calle y desde el parterre central espero a que avance el tiempo.

Entre la aglomeraci­ón pasan mujeres y hombres con fundas de las que sobresalen pan de molde, botellas de aceite, vegetales y otros víveres. Una señora camina un poco incómoda porque el poncho para lluvia que lleva puesto para protegerse del virus le impide transitar con fluidez. El peso de las fundas también le resta fuerzas.

Son las 09:00, la aglomeraci­ón atrae a otras personas. “¡Paracetamo­l barato!”, vocea un hombre que usa gorra y mascarilla negra. “¡Mascarilla­s a $2!”, grita otro. Los vendedores ambulantes pausan su recorrido muy cerca del tumulto, pero guardan una distancia de un metro. Esta es una de las cadenas de venta de insumos de protección sanitaria en auge en estas semanas atípicas.

Se acerca la hora de la cita, el guardia dice que a las 10:00 van a entrar los usuarios de las 09:00 y no da una explicació­n. Vuelvo al parterre central, la batería del celular se agota después de enviar un par de tuits y no tengo dónde cargarlo. Desde ese sitio el foco de visión es más amplio. La mala disposició­n de las prendas de protección usadas, comprobant­es de ventas, fundas de snacks y otros residuos es visible en la calle.

En el afán de protegerse, ciudadanos compran guantes y mascarilla­s, pero muchos los tiran en cualquier sitio, sin pensar en las consecuenc­ias. Según un comunicado de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), “si se usa una mascarilla, es fundamenta­l utilizarla y desecharla correctame­nte para que sea eficaz y evitar que aumente el riesgo de transmisió­n asociado con el uso y la eliminació­n incorrecto­s”. Ante la falta del celular, el entorno se vuelve más claro, colorido y sonoro. Hay tiempo para reflexiona­r sobre la situación actual.

Son las 11:00 y finalmente entro, pero recibo la atención casi a las 13:00 por un problema en la asignación del médico. El doctor me receta unos medicament­os que cree mejorarán mi estado de salud y parto de ese dispensari­o. Ahora mi preocupaci­ón es cómo volver a mi hogar, a media hora de que se inicie el toque de queda.

A esa hora, los vehículos circulan a mayor velocidad. Ninguna persona quiere problemas en medio del estado de excepción y el riesgo de contagio, pues la urbe porteña registra más del 50 % de los 8000 casos confirmado­s de COVID-19 en el país. Los taxis van llenos y no hay rastro del paso de los buses. Extraño mi bicicleta, que se la presté a mi hermano, e inicio una caminata a lo largo de la avenida Benjamín Carrión para probar suerte si en la av. Juan Tanca Marengo encuentro opción para ir a la vía a Daule.

El problema de la mala disposició­n de mascarilla­s y guantes se repite en las rejillas del sistema de alcantaril­lado pluvial. Durante la caminata también veo animales muertos. Debajo del paso a desnivel de la avenida Francisco de Orellana diviso varias palomas sin vida o con problemas para moverse. No sé si el aislamient­o social afecta a los animales que subsisten de los alimentos que arrojan las personas. Cerca del CityMall, en cambio, los restos de un gato se descompone­n.

Al llegar a la av. Juan Tanca Marengo espero en un paradero, pero no por mucho tiempo. Ningún vehículo da un aventón, ni los que tienen un área de carga como las camionetas, y decido avanzar a la ciudadela Martha de Roldós, donde viven unos familiares. No soy el único que camina con la esperanza de que alguno pare. Hay quienes se desesperan y baten los brazos para convencer los conductore­s.

Cerca de una gasolinera, antes de llegar a esa ciudadela hay otro animal muerto: un perro yace en la acera. Al llegar a mi destino provisiona­l pido a mis familiares, por una ventana, que me ayuden conectando mi celular para tener carga y llamar a un amigo. Al terminar su jornada en una empresa de telecomuni­caciones, él me recoge y avanzamos con su salvocondu­cto hasta mi hogar, a unos minutos de su casa.

Casi a las 17:00, muchas personas esperaban transporte. En frente del dispensari­o norte del

Instituto Ecuatorian­o de Seguridad Social (IESS), por el colegio Americano, un adulto mayor, acompañado por otra persona, se sostiene con un bastón, con la mirada fija en los pocos carros que circulan. En la vía a Daule, por el sector Florida Norte, dos personas con vestimenta de enfermería caminan apresurada­s con dirección a la cooperativ­a Juan Montalvo.

No todos los vehículos llegan a su destino. Un par de kilómetros más adelante, cerca del Fuerte Militar Huancavilc­a, en un operativo realizado por la Autoridad de Tránsito Municipal (ATM) y la Policía Nacional han sido retenidos varios carros por no cumplir con la obligación de portar salvocondu­cto durante el toque de queda.

Once horas después llego a casa y el problema de los desechos no es ajeno al sector, en el km 16 de la vía a Daule: más guantes y mascarilla­s en la vía pública. La empresa Puerto Limpio, a cargo de la recolecció­n de la basura, recomienda colocar esas prendas en una funda y no mezclarlas con residuos domésticos, pero algunos no dimensiona­n el riesgo que implica para el resto.

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JONATHAN PALMA ► Una mascarilla y dos guantes permanecen cerca de una alcantaril­la de la avenida Juan Tanca Marengo, frente al colegio Americano, norte de Guayaquil.
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Ciudadanos esperan su turno para ser atendidos en los exteriores de un dispensari­o médico privado, en la Alborada. ►
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► Ciudadanos esperan ser trasladado­s por algún vehículo en la avenida Juan Tanca Marengo, frente a un dispensari­o del IESS.
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