No bajar la guardia
Indudablemente
la infección por el SARS-CoV-2 ha cambiado nuestra vida. Luego de haber vivido la tragedia de las muertes en serie y la saturación de los hospitales, creemos tener un cierto respiro. Lamentablemente, no es así. Aunque la mortalidad haya disminuido en las últimas semanas, el contagio sigue activo y debemos mantenernos en alerta. Mientras no exista vacuna (y esta tardará al menos un año), el virus permanecerá entre nosotros y debemos aprender a convivir con su amenaza.
Puede cambiar la luz del semáforo en Guayaquil, pero las precauciones y los cuidados personales deben mantenerse. De cada uno de nosotros depende que no volvamos a vivir esos días tan dolorosos.
El proceso de aprendizaje ha tenido sus costos. No es extraño tratándose de un virus nuevo. Menos lo es tratándose de un virus sobre el que nada está dicho de manera certera sobre su comportamiento. Lo que se pensó en algún momento como un proceso gripal fuerte ha demostrado ser letal cuando se complica, especialmente en grupos vulnerables con comorbilidades. Ni siquiera se salvan jóvenes o niños. Lo que en su momento se pensó solo como un proceso respiratorio ha resultado ser de carácter sistémico, con compromiso en sangre, corazón, aparato digestivo, sistema nervioso. Hay reportes de aislamiento del virus en semen y en líquido cefalorraquídeo. La infección COVID-19 puede llegar a causar meningitis, encefalitis, hemorragias e infartos cerebrales. La cantidad de publicaciones e investigaciones en curso son incontables. Se esperan muchos reportes y resultados en los próximos meses.
Frente a ese escenario y considerando la alta contagiosidad del virus, debemos ser muy cautos y prudentes cuando salgamos de esta cuarentena.
El estilo y el ritmo de vida no pueden ser los mismos de antes. No sabemos cuánto tiempo durará la “nueva normalidad”, quizás simplemente termine siendo otra normalidad la que tengamos que vivir. La presencia de anticuerpos contra el virus en nuestra sangre no garantiza inmunidad. Tampoco sabemos si habrá un nuevo brote de contagios. La historia de las epidemias dice que sí, pero no sabemos cuándo. Es posible que ahora estemos mejor preparados que en marzo. Aprender a manejar pacientes bajo el método de ensayo y error tiene sus costos. Hemos ido aprendiendo en el camino. Los esquemas de tratamiento utilizados hasta ahora comienzan a recibir críticas y seguramente así seguirá sucediendo: aparecimiento de fármacos que parecen ser promisorios, y que luego se encuentra que no lo son. Las únicas certezas que tenemos hasta el momento son que el contagio es posible, que no tenemos tratamiento específico y que la respuesta de inmunidad puede ser relativa.
Distanciamiento social, uso obligatorio de mascarilla y lavado frecuente de manos constituyen las instrucciones más importantes a seguir. La disciplina debe empezar por nosotros cumpliendo todas las normas de bioseguridad y educando a los demás. Las actividades que retomemos deben ser priorizadas, programadas y sin apuro.
Mientras no conozcamos del todo al enemigo, mientras no contemos con tratamiento definitivo, debemos mantenernos atentos. ¡No hay que bajar la guardia! (O)
La infección COVID-19 puede llegar a causar meningitis, encefalitis, hemorragias e infartos cerebrales.