Una necesaria metamorfosis
Los países no tienen amigos, tienen intereses, y esos intereses, precisa y lamentablemente, nada tienen que ver con los más desposeídos. Esos intereses, claro está, al final solo demostrarán quién o quiénes son los más poderosos, quiénes son los dueños del mundo y, ¡ay!, de quien no lo acepte y no les obedezca.
Tras la cuarentena, el encierro, la reclusión, o cómo se llame, la mayor parte de la población será más pobre, su pauperización se verá agravada y difícil, si no imposible, para salir de la crisis. ¿Les ocurrirá lo mismo a ciertos poderosos? No. Así de categórica y simple es la respuesta. Ellos siempre pueden soportar las crisis verdaderas o falsas; ellos no desaparecerán, ellos necesitan que desaparezcan otros. ¿Cuáles? Los mismos de siempre. La pandemia no ha hecho distinciones: lo mismo la sufren los del norte que los del sur; sin embargo, al final de los finales cuando la ‘nueva normalidad’ haya retornado, entonces sí las diferencias de las realidades serán abismales, tanto que los primeros sentirán alivio y, qué tristeza y qué cierto, los segundos con seguridad, habrán empeorado su situación, podrían concluir que con el coronavirus estaban mejor. Qué ironía, qué paradoja.
Cuando escribo esta carta son la mayoría de las naciones, como si fueran iguales, las que tienen dificultades: los insumos médicos son insuficientes, los infectados superan las ofertas hospitalarias, los recursos económicos resultan escasos, las acciones gubernamentales son extraordinarias y de excepción. Hay, por tanto, sensación de igualdad de condiciones; sin embargo, a la hora de la hora podremos constatar amargamente que en lo más cercano a la objetividad, se trata de casos totalmente diversos. Que no sean los intereses sino la solidaridad los que prevalezcan; que no sean las ansias de poder sino el amor al prójimo lo que predomine; que no sea el egoísmo sino la filantropía la que se imponga; que no sea la inequidad sino la justa distribución de la riqueza la que se haga presente. Una vez más, ante un malhadado y feroz virus, existe la oportunidad de no aniquilarnos los seres humanos. Que así sea. (O)
Jorge Arturo Gallardo Moscoso, licenciado en Comunicación Social, avenida Samborondón