Guayas, autosuficiente
Un informe especial de la Cepal, denominado COVID-19, presagia angustiosas secuelas de la pandemia, con extremos de pobreza, desempleo y hambre, ubicando al Ecuador en el tercer lugar entre los países latinoamericanos que más las sufrirían, peor que Haití y Venezuela, lo cual sorprende, pues no refleja su amplitud alimentaria real y potencial. Mantengo mi escepticismo sobre la confiabilidad de estudios de esta índole, fundamentados en escenarios que grafican oficiales gubernamentales locales, obedeciendo consignas de manipulación política. Razón tuvo el premio nobel de economía 2015, Angus Deaton, al expresar que la primordial recomendación que daría a América, en cuatro palabras, sería “Mejoren sus sistemas estadísticos”, especialmente cuando investiguen índices de bienestar poblacional, claramente equivoc ados.
Hay que ratificar con firmeza que Ecuador es más que suficiente para alimentar a su población actual y 30 % más, si fuese del caso, preocupa la deficitaria capacidad de compra de millones de pobres, las interrupciones en distribución, causadas por reclamaciones sociales, como las de octubre pasado, o por controles de pestes que asuelan el cuerpo y el alma ciudadanos. Con todo eso, o en situaciones extremas como sería un cierre de entradas provinciales, que agitaría el innato espíritu soberano, Guayas con sus cantones agrarios sacaría a relucir su casta productiva apta para asegurar los requerimientos de los guayasenses, ecuatorianos y extranjeros que moran, trabajan o transitan por ella. Sus áreas labrantías con riego, vías de comunicación y sus industrias agroalimentarias pueden por sí solas soportar la demanda nacional. Si bien es verdad en lo energético depende de un centralizado sistema interconectado, carcomido por la corrupción, se mantienen intactas otras alternativas limpias.
Guayaquil con sus parroquias campesinas bastaría para asegurar su independencia nutritiva en vegetales, desarrollando modelos de agricultura urbana y periurbana, de alto valor agregado, con sellos orgánicos, que ya emergen como planes privados y municipales en huertos comunitarios y familiares, con presencia de toda clase de verduras y hortalizas, quedando un futuro abierto, proyectado hacia cultivos de frutales en las zonas circundantes de la urbe y en su virgen ruralidad ansiosa de fructificar en opulencia.
El volumen y calidad de los desperdicios orgánicos puros, ahora descartados de los mercados de Guayaquil, como el de Transferencia de víveres, sumados a los que se puedan acopiar de las comunidades vecinas que integran la imaginaria Zona 8, con Daule y Samborondón, justifican en demasía, la fábrica de compostaje y humus, con prácticas de lombricultura, que impulsa la alcaldesa Cynthia Viteri, son suficientes para proveer insumos para una agricultura citadina y parroquial, sana y moderna, dejando sin base criterios teóricos de entidades burocráticas extranjeras ajenas a nuestra tierra feraz, que profetizan penurias y desesperanzas, ignorando que la fecunda Guayas puede inaugurar un periodo de autosuficiencia alimentaria sustentada en su formidable potencial agrícola. (O)