Impunidad del rebaño
“Luchar contra la corrupción no debe ser solo el compromiso de un cargo público, ni siquiera de una institución, sino el compromiso de vida de cada ecuatoriano”. (Julio César Trujillo).
Al cumplirse un año de su partida, y en la crisis más grande que este país ha vivido, sus palabras adquieren estatura de divisa nacional. Precediendo al virus que nos azota, la corrupción es la epidemia que ha destruido los fundamentos de nuestra frágil nacionalidad, en medio de la indiferencia o complicidad de casi todos los ecuatorianos.
Si en otro momento, en esta columna planteaba que la viveza criolla, esa modalidad folclórica, contingente y compartida de la perversión, hacía lazo social entre los habitantes de este país, hoy debo modular esa proposición.
La viveza criolla es apenas el pródromo, la fase inicial de la infección social que asuela al Ecuador desde hace generaciones, amparada en la impunidad del rebaño, en nuestra tolerancia generalizada, minando la posibilidad de que desarrollemos otro lazo social basado en la confianza, la productividad, la solidaridad genuina, el respeto a la ley y al semejante.
Aunque muchas organizaciones sociales realizaron generosas campañas en favor de los más necesitados en esta crisis, sentimos una desconfianza generalizada hacia cualquier solicitud de “donativos” en una cuenta humanitaria. Después de la desaparición de no sé cuántos millones para la reconstrucción de las poblaciones de Manabí y Esmeraldas destruidas por el terremoto del 2016, sin que los ladrones hayan sido capturados, ¿quién quiere donar en este momento?
Finalmente, somos víctimas de nuestro propio invento, del “así mismo es, qué se puede hacer”, con el que nos acostumbramos a mirar las noticias sobre los millonarios latrocinios de sucesivos funcionarios gubernamentales en casi todos los gobiernos. Resignados a la corrupción e instalados en la queja inútil, contemplamos cómo el solapamiento de la corrupción se erigió en política de Estado durante el Gobierno anterior, mediante la multiplicación inútil y corruptógena de instituciones, edificios y pipones.
En otros lugares, donde los aparatos de justicia realmente lo son, la existencia de una Procuraduría, una Contraloría y una Fiscalía General del Estado no requieren de otras instituciones para mantener a raya la corrupción. Aquí nos hemos inventado una inútil “Secretaría Anticorrupción” gubernamental reincidiendo en la inflación estatal.
Aquí, en Corruptolandia, no confiamos en la eficiencia y probidad de los organismos de control. Por eso, algunos ciudadanos honorables y otros tantos periodistas curiosos e intrépidos les “dan haciendo la investigación” a esos organismos. Se ha requerido del apocalipsis presente para que, finalmente, el presidente Moreno decida empezar una genuina desarticulación del Estado Jabba The Hutt que nos dejó el correísmo. Porque esa concepción obesa, perversa e incompetente del Estado ecuatoriano es el caldo de cultivo de la corrupción. Ahora resta perseguir y capturar a los prófugos, “¿caiga quien caiga, señor presidente?”. (O)
Esa concepción obesa, perversa e incompetente del Estado ecuatoriano es el caldo de cultivo de la corrupción.