Ponerse del otro lado
Las sociedades trazamos el camino en cómo vemos y entendemos el mundo, y más importante, cómo resolvemos problemas y nos acercamos unos a otros. Y en este momento, Ecuador necesita tomar decisiones correctas porque enfrentamos mundialmente una crisis económica profunda, generada por un enemigo frágil (¡con jabón se elimina!) pero desconocido y que pone de relieve debilidades y temores.
Para enfrentar los problemas, hay dos maneras que se aplican cada una mejor a ciertas situaciones: uno, reglas impuestas desde el poder político, dos, acuerdos voluntarios. Las sociedades, sobre todo con un trasfondo histórico de autoritarismo y mesianismo como la nuestra, prefieren generalmente lo primero: que alguien nos diga cómo hacer o “que nos den haciendo”. Yo no tengo duda de que el segundo camino es el correcto: mecanismos sociales para llegar a acuerdos adaptados a las circunstancias, y más en el actual entorno, porque la aplicación de reglas generales tiene menos sentido cuando las circunstancias son tan variables (unos y otros afectados de maneras muy diferentes) e inciertas (¿cuándo y cómo saldremos?).
Pero en ambos casos, es esencial “ponerse en el sitio del otro”. Lo requieren los políticos frente a decisiones complejas porque cada uno, manteniendo su ideología, debe entender por qué otros piensan de manera diferente; ejemplo, por qué unos creen en subir impuestos y otros ante esa propuesta solo expresan “ni un paso atrás”, o unos consideran indispensable bajar drásticamente el gasto público cuando en el otro lado de la mesa eso se considera un “peligro para la estabilidad social”; y no es que unos sean mejores profesionales y los otros ignorantes, sino que hay maneras de interpretar la realidad y debe primar la capacidad de acercarse, dialogar polemizando, no ceder por ceder … pero estamos acostumbrados a lo contrario: cada uno en su esquina, dueño de la verdad.
Esto es esencial en los acuerdos privados que deben primar. Ejemplo, en el tema laboral, hay que dejar que en cada empresa se negocie, no soluciones ideales que ante la pandemia no existen, sino soluciones menos malas para trabajadores (que deben mantener algún poder adquisitivo para sus familias) y empresas que no deben desaparecer, porque el tejido empresarial es la base de subsistencia presente y futura de todos. Ejemplo, en el sistema educativo privado (la Ley Humanitaria ha impuesto una rebaja general y absurda del 25 % en las pensiones), donde las dos partes sí tienen interés en llegar a acuerdos negociados: es mejor rebajar 50 % a quien realmente lo necesita, en lugar de rebajar 25 % obligatoriamente a quien lo necesita y a quien no, pero para eso las familias deben pensar “si yo estuviera en la unidad educativa, ¿qué haría?” y del otro lado “¿qué sienten los padres?”. Ejemplo en las deudas, donde las dos partes sí tienen interés en llegar a acuerdos porque el cliente no puede hundirse y el banco (cooperativa) sí quiere apoyar porque un cliente ahogado tiene aún menos probabilidades de pagar, pero el uno debe entender que “el dinero no es del banquero sino de otro cliente, e interrogarse ¿qué decidiría en su lugar? y el otro “¿qué desesperación siente mi deudor?”. Y así en mil casos... ¡Mirar, también, desde la otra orilla! (O)
... es esencial “ponerse en el sitio del otro”. Lo requieren los políticos frente a decisiones complejas...