¡Trabajadores, uníos!
En 1839 en Inglaterra había 419 500 obreros, de los cuales 192 800 eran menores de 18 años –huérfanos primero y después hijos de operarios– y 242 000 eran mujeres. Eran tan deplorables las condiciones de sus labores en la Revolución Industrial, fuente de una acelerada producción y de enriquecimiento de unos pocos, pero de miseria para muchos, que 52 años después el papa León XIII, al abogar por el derecho de asociación de los trabajadores, dijo en su encíclica Rerum Novarum: “… el tiempo fue insensiblemente entregando a los obreros, aislados e indefensos, a la inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de los competidores”. Llamó a los patronos –los denominó amos– a no considerar al obrero como un esclavo, a respetar su dignidad. La encíclica fue calificada de izquierdista, adjetivo de antaño y actual aplicado a todo progreso que huela a oveja preterida e inconforme.
Dice la Doctrina Social de la Iglesia: “El bienestar económico de un país no solo se mide por la cantidad de bienes producidos, sino también por el modo en que son producidos y el grado de equidad en la distribución de la renta, que debería permitir a todos disponer de lo necesario para el desarrollo y el perfeccionamiento de la propia persona”.
También sostiene la DSI: “El simple acuerdo entre el trabajador y el patrono acerca de la remuneración no basta para calificar de “justa” la remuneración acordada, porque esta no debe ser insuficiente para el sustento del trabajador: la justicia natural es anterior y superior a la libertad del contrato”.
En la Ley de Apoyo Humanitario recientemente promulgada se introdujeron de contrabando disposiciones que benefician a los empleadores. Aunque hace justicia con los más de 17 000 trabajadores despedidos por la causal de fuerza mayor o caso fortuito que adujeron aquellos, entre otras normas lesivas a los intereses legítimos de los servidores, permite a las partes laborales convenir cambios a las condiciones económicas de su contrato, sin que puedan afectarse los sueldos básicos ni sectoriales, límite que “olvidó” el presidente de la república originalmente, lo que no era realmente necesario por el principio constitucional de intangibilidad de los derechos de los trabajadores, pero que frente al abrumador abuso patronal se imponía incluir, además que podría querer disminuirse remuneraciones superiores a la mínima legal, violando el referido principio, que los jueces deben hacer respetar. A los trabajadores les asisten derechos irrenunciables, mas, muchos los desconocen y creen que el más fuerte los vencerá. Son más de 180 000 despedidos y despedidas sus familias de cierta estabilidad económica y emocional. Naturalmente, hay excepciones, de quienes, sacrificando ahorros e inclusive endeudándose, liquidaron legalmente a sus trabajadores, porque entendieron que seres humanos como ellos tenían más necesidades y contribuyeron en mucho a obtener sus ganancias.
Se han derribado estatuas en el mundo, que representan un pasado ignominioso, pero se erige otro mundo de más ignominia para el futuro de muchos. ¡Trabajadores, uníos! (O)
A los trabajadores les asisten derechos irrenunciables, mas, muchos los desconocen y creen que el más fuerte los vencerá.