El Universo

RELOJ DE ARENA

- Por Ricardo Vasconcell­os R. rvasco42@hotmail.com

Arturo Pimentel se llama un joven de 21 años residente en Miami, Florida, que me contactó pidiéndome que escribiera sobre Sigifredo Agapito Chuchuca, un nombre que su padre y su abuelo paterno solían citar con admiración y respeto cuando él era un niño y estaba aprendiend­o a amar la camiseta amarilla con vivos rojos del equipo ídolo del Ecuador.

Me dice que es muy poco lo que ha leído sobre el Cholo, como apodaban sus seguidores al centrodela­ntero goleador de la época en que Barcelona iba edificando la idolatría. Y tiene razón. La historia hay que buscarla en los viejos diarios y las pocas revistas editadas desde 1947, año en que empieza el fenómeno idolátrico por un equipo modesto en sus inicios y que alineaba en la cancha a once jugadores criollos para enfrentar a rivales con foráneos contratado­s y a clubes extranjero­s, también llenos de astros argentinos o uruguayos. Le voy a contar a Arturo que Chuchuca no nació en Guayaquil sino en Buenavista, cantón Pasaje, provincia de El Oro. Hizo el servicio militar en nuestra ciudad y lo pusieron a jugar en el equipo del batallón. Después de licenciars­e lo llevaron a un equipo de una liga de novatos y de allí su amigo Wacho Mendieta lo conquistó para Barcelona. En junio de 1946 ya estaba Chuchuca en Barcelona. El equipo estaba en el grupo B de la primera división. Fue campeón de su zona y a finales de ese año se nutrió de los juveniles del Panamá, entre los que estaban Enrique Romo, Jorge y Enrique Cantos, Manuel Valle, Galo Solís, Nelson Lara, Luis Ordóñez, José Pelusa Vargas y otros aspirantes a cracks. En 1947 Barcelona ya era un cuadro poderoso que contaba con los ya citados más Guido Andrade, el mejor alero izquierdo de la historia.

Aquel 1947 pasaron por Guayaquil, rumbo a Cali, los argentinos Miguel Mcciola, Emilio Reuben, Manuel Spagnuolo, Julio Tocker y Ricardo Tanque Ruiz, fichados por Deportivo Cali. Para estirar las piernas juntaron a algunos futbolista­s nacionales y midieron a Barcelona, que se preparaba para el torneo federativo, en la cancha del Vicente Rocafuerte. Esa mañana nació una de las columnas de la idolatría: una delantera de las más famosas de la historia a la que se llamó El Quinteto de Oro: José Jiménez (después Jorge Mocho Rodríguez), Enrique Pajarito Cantos, Chuchuca, José Pelusa Vargas y Guido Andrade. Los goles de Chuchuca empezaron a entrar en la leyenda. Era la bandera, el símbolo de la proverbial garra. Era el hombre que volteaba resultados, que cambiaba derrotas por victorias. El 6 de mayo de 1948 Barcelona le dio una paliza de 4-0 a Libertad de Costa Rica con dos goles del Cholo. El 16 de junio llegó Deportivo

Cali con sus astros argentinos y cayó 4-3 en el Capwell, con dos tantos de Chuchuca. El 30 del mismo mes Barcelona concedió la revancha a los caleños jugando con Romo; Carlos Pibe Sánchez y Juan Zambo Benítez en su debut internacio­nal; Montalván (Jorge Cantos), Valle y Solís; Jiménez, Cantos, Chuchuca, Vargas y Andrade. A los 39 minutos, los caleños ganaban 4 a 1. Cambiar el resultado era misión imposible, menos para Barcelona. Enrique Cantos puso el 4-2 a los 44 minutos y así se fueron al descanso. A los 48 minutos ese prodigio de técnica que fue Andrade hizo el 4-3. A los 51 empató Chuchuca. En las graderías había una fiesta. Lo impensable se hacía realidad. A los 61 minutos, otro gol de Chuchuca movió el tanteador a un 5-4 favorable a los amarillos. Ya pitado el final, el público no se movía. Seguía de pie aplaudiend­o a sus héroes.

Por eso y mucho más que ya hemos contado en el libro Los forjadores de la idolatría Chuchuca se tornó en el símbolo del pundonor del hombre criollo. Bravo hasta la temeridad, nunca retrocedió ante los botinazos aleves que pasaban rozándole la cara cuando intentaba un remate en ‘palomita’. Tampoco le corrió a los trancazos que le caían cuando se paraba en el área para pescar un rebote o la falla del defensa contrario. Saltaba a cabecear ante una docena de codazos, pero siempre salía vencedor. Fue el ídolo del Ídolo. Era de los mismos que pagaban para sentarse en la general y verlo en acción. Era y fue siempre un hombre sencillo, solo que enfundado en la blusa oro y grana se transforma­ba en un ser invencible, siempre servido con eficacia por dos abastecedo­res geniales como Cantos y Vargas que le ponían los pases-gol, y alimentado por el desborde habilidoso y los centros de sus dos punteros: Jiménez (o Rodríguez) y Andrade.

Y no fue un goleador solo en nuestras canchas. Cuando Barcelona fue a Colombia, país que quería probar si era cierto que esos jugadores del Astillero habían superado en buena lid al Millonario­s de Pedernera, Di Stéfano, Rossi y Cabillón, los jugadores guayaquile­ños vencieron por similar marcador 2-1 a los barranquil­leros del Sporting y el Junior y se llevaron el trofeo del cuadrangul­ar en el que intervino también Asturias, de México. Tres de los cuatro goles de estos dos triunfos fueron puestos por el formidable Chuchuca.

Ricardo Chacón García (+) lo retrató así: “El cabezazo se proyectó entre bravos defensores. Todos esperaban el centro del rival. Fue una conexión a media altura. El cuerpo del delantero se arqueó apenas, paralelo a suelo. La hinchada esperaba todo, menos eso: un cabezazo. Se estremecie­ron los cáñamos y el griterío se hizo rugido. Se levantaron todos de los asientos del Capwell y un nombre voló cerca de la estratósfe­ra. Un nombre que fue símbolo de gloria; un nombre criollo, bandera de una institució­n deportiva, del inigualado Barcelona. Porque antes de gritar Barcelona se gritó ¡Chuchuca! Cholo hecho de mangle y picardía, de audacia y oportunism­o. Sus goles se cuentan por decenas, los aplausos por millones. La gente iba a ver a Sigifredo Chuchuca, luego fue a ver a Barcelona. Si en esos momentos el fanatismo hubiera pedido un pedestal para un delantero de los ídolos, nadie hubiera negado un óbolo. Fue un grande en una época de grandes”.

Frente a los sueldos estratosfé­ricos, y hasta obscenos, de Damián Díaz, Jonatan Álvez o Ariel Nahuelpán, ¿cuánto costarían hoy los goles del bravo y aguerrido Sigifredo Agapito Chuchuca que amaba más la camiseta que el dinero? (O)

ANTES DE GRITAR BARCELONA SE GRITÓ ¡CHUCHUCA!

ENFUNDADO EN LA BLUSA AMARILLA SE TORNABA EN UN SER INVENCIBLE.

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