Polvorín electoral
Que el polvorín electoral se recargaba día a día, estaba a la vista de todos, y el lunes 14 hizo su primera explosión, y, seguro, habrá más. La causa principal del conflicto que presenciamos fue el error de designar a los integrantes de los organismos electorales de acuerdo a las normas constitucionales y legales del pasado, las no vigentes. Esas disposiciones, hoy obsoletas, establecían que se designaría como vocales del Tribunal Supremo Electoral a representantes de los partidos más votados; esto fue cambiado por la Constitución vigente. Pero el Consejo transitorio decidió nombrar vocales a miembros de los partidos políticos más votados, contradiciendo al texto constitucional y aun ignorando las calificaciones de los concursos de méritos. Por eso vemos que los vocales del CNE responden a consignas partidistas, en apoyo o en oposición a determinadas candidaturas; por tanto, no son independientes; por eso, asisten a las sesiones o se ausentan, dan o no cuórum, según las disposiciones de los partidos o movimientos a los que deben su designación. Por una alianza, resulta que una sola candidatura cuenta con tres de los cinco vocales. Eso es todo. Como el CNE tiene un órgano superior, el Tribunal Contencioso Electoral (TCE), para no cumplir sus sentencias, el CNE ha recurrido a la Corte Constitucional, que no es un tribunal de apelación, porque los fallos y resoluciones del Tribunal de lo Contencioso, de acuerdo a la Constitución, son de última instancia. Para decidir recurrir a la Corte Constitucional el CNE se ha tomado un mes y medio. Recuerdo que en 1968 (yo era candidato a diputado por un movimiento popular) se produjo un conflicto entre las candidaturas presidenciales porque dos de las tres principales, las que habían perdido las elecciones, pretendieron anularlas en aquellas provincias en las que habían perdido y obtener que en ellas se repitieran los comicios. Finalmente, el Tribunal Supremo
Electoral no aceptó las impugnaciones, pero se pretendió objetar lo resuelto por el Tribunal Electoral ante el Tribunal de Garantías Constitucionales; este se negó a intervenir en un asunto que era de competencia exclusiva de la Función Electoral. Toda la ciudadanía comprende que se trata de favorecer o perjudicar a candidatos. Al inicio de los años noventa, por enfrentamientos entre precandidaturas en uno de los más importantes partidos, hubo una división en él y, finalmente, se presentaron dos candidaturas, la oficial del Partido Social Cristiano y una de un nuevo partido, la Unidad Republicana. Las dos candidaturas de derecha alcanzaron la primera y la segunda votación. El pueblo decidió y no los tribunales. No se puede apreciar, todavía, la reacción popular ante el espectáculo que nos están presentando los sujetos en pugna. El que el CNE, viéndose acorralado, después de dilatorias que se han extendido por un mes, haya recurrido a la Corte Constitucional, no parece sino un recurso para ganar tiempo; si creía que la CC era competente, ¿por qué no recurrió a ella en octubre o noviembre? Hoy la situación del país es de total incertidumbre; hay absoluta desconfianza en el CNE, en los vocales que jugaron a las escondidas. No hay instituciones. ¡Un verdadero polvorín! (O)