El Universo

No nos imiten

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Aunque el recuerdo de que hemos de morir es más propio de noviembre que de la Navidad, este año que vamos a vivir una Navidad diferente en la que muchos van a experiment­ar la soledad, y el Gobierno Central de España nos está preparando una ley de eutanasia –(no imite Latinoamér­ica)–, me parece no estar fuera de lugar que tengamos un recuerdo de que hemos de morir. El creyente sabe que durante toda su vida está caminando hacia la vida eterna. Ve la muerte no como un final, no piensa en ese momento solamente como un límite sino como una puerta abierta a la eternidad. Lógicament­e, es natural que en su espíritu surja alguna oscuridad sobre si su relación con Dios que anhela acogerle, y con quien ha caminado durante sus años en la tierra, ha sido la que Dios se esperaba. “Auméntame la fe, la esperanza y la caridad”, son las palabras con las que muchos hombres y mujeres que han dejado una aureola de santidad en la tierra, se han acercado a esos momentos de su muerte. La oscuridad por la que puede pasar su espíritu no les quita la confianza en Dios Padre que les ha creado y sostenido a lo largo de sus días, y perdonado en el sacramento de la penitencia; pero puede hacer tambalears­e un poco su fe, esperanza, amor. Es una triple petición que hacen al Señor para vencer en Él y con Él las tentacione­s que pueden disturbar más hondamente la paz de sus almas en esos momentos. En la vivencia de la resurrecci­ón, el creyente vence la muerte, independie­ntemente de que las reacciones nerviosas, psíquicas, puedan llevar consigo angustias y tribulacio­nes. No está solo. Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo está con él dándole la seguridad de que la vida no acaba, que acaba un modo de vivir, pero no el vivir en sí mismo, y la Virgen le acompaña maternalme­nte. (O) Jesús Domingo Martínez Madrid, España

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