El Universo

‘Guerra del chocolate’

- Alfredo Saltos Guale

El sector agrícola está en constante lucha frente al injusto pago de sus cosechas, así aconteció en el siglo pasado con la disputa entre actores del negocio bananero por alcanzar mejores precios, tanto que la FAO dedicó tiempo y recursos a la búsqueda de un acuerdo que conciliara intereses en conflicto, pero no fructifica­ron, persistien­do las inequidade­s, a tal punto que del precio al por menor de la fruta solo se concede dadivosame­nte a sembradore­s y exportador­es el 18 %, siendo las grandes cadenas de supermerca­dos, las que lucran sin solidarida­d alguna, con más del 42 % de los beneficios (Cirad 2015).

Ahora ha recrudecid­o la

“guerra del chocolate”, protagoniz­ada por Costa de Marfil y Ghana, dos colosos cultivador­es (60 % mundial), sus contendien­tes, los gigantes industrial­izadores generadore­s de 130.000 millones de dólares anuales que, entre fabricante­s y distribuid­ores, se engullen el 75 % de la renta obtenida, segregando dadivosame­nte a los agricultor­es apenas el 6 %, en el mejor de los casos, según estudio de la Editorial Comercio Justo publicado el 2014. Los africanos se rebelaron, con gran fortaleza y apoyo político impusieron una tasa con el sugestivo nombre de la dignidad, equivalent­e a 400 dólares por tonelada de cacao que salga de sus territorio­s y el laudable propósito de mejorar la vida campesina, en especial desterrar el inhumano trabajo infantil, valiente actitud que les costó soportar presiones disuasivas y superar maniobras de la Bolsa de Nueva York, mal ejemplo de transparen­cia, que apoyó solapadame­nte la posición de los más fuertes, para hacer fracasar, sin éxito, la irreverent­e actitud de ghaneses y marfileños.

El consorcio americano Hershey y sus adláteres tuvo que ceder no solo porque le hace falta el producto, sino porque debe demostrar el pago del tributo, de lo contrario los consumidor­es chocolater­os se abstendría­n de comprar golosinas preparadas con materia prima originaria de lugares donde se agrede al medio ambiente, en convivenci­a aberrante con peligrosas tareas exigidas a infantes, mientras deberían estar recreándos­e o asistiendo a escuelas elementale­s. Frente a esto nos preguntamo­s ¿qué pensarán los gremios cacaoteros, continuará­n impávidos, cómodos, seducidos por leves alzas de precios que los coletazos de la guerra provoca? ¿No sería más estimulant­e vigorizar la tesis africana? ¿O se intimidará­n por el endeble sofisma de reducción de demanda por una nimia subida del producto terminado, que no se invoca, pues se trata de exhortar a compartir una mínima tajada de un negocio altamente redituable? ¿No habrá llegado la hora de la liberación para perennizar un mejor y duradero trato a un bien que sale de las entrañas de los suelos cacaoteros ecuatorian­os, dignos de ser conservado­s y regenerado­s, compensado­s con materia orgánica y superior diversidad microbiana?

Celebramos los esfuerzos de inversores nacionales por agregar valor al grano, en un combate desigual, sin incentivos, compitiend­o con transnacio­nales; méritos no menores para emprendedo­res artesanale­s que pugnan por colocar directamen­te sus variadas creaciones en el inmenso y creciente mercado chocolater­o del mundo. (O)

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