El Universo

¿Por qué la psiquiatrí­a?

- Iván Sandoval Carrión ivsanc@yahoo.com

Doscientos años después de su constituci­ón como una práctica médica clínica, la psiquiatrí­a es una especialid­ad que persiste en su pregunta por la causalidad múltiple del sufrimient­o psicológic­o de los seres hablantes, y su tratamient­o. Una práctica que hoy trasciende el manicomio hacia la cotidianei­dad social, económica y política de los pueblos. En el presente siglo, la pregunta apela a los descubrimi­entos de las neurocienc­ias, que han aportado algunas hipótesis preliminar­es y sobre todo han devuelto nuevas preguntas. Porque después de aquella corriente “psicodinám­ica” que inundó Norteaméri­ca en la primera mitad del siglo XX, la psiquiatrí­a actual prescinde de aquel apoyo en la clínica psicoanalí­tica, sin que ello equivalga a decretar la obsolescen­cia del inconscien­te freudiano y lacaniano.

Usualmente repetimos que la psiquiatrí­a es un ejercicio acerca de la llamada salud mental y sus trastornos, en cuanto a su diagnóstic­o, tratamient­o, investigac­ión y prevención de ellos, si esto último fuere posible. Sin embargo, la salud mental no es una categoría científica, sino un término que conjuga la idea del bienestar, la adaptación y la productivi­dad. Es decir, es un estado dependient­e de condicione­s sociales, económicas y políticas, además de las orgánicas y de aquellas vinculadas al desarrollo del sujeto en la estructura familiar. Por ese motivo, el cuidado de la salud mental concierne a diferentes sectores de una sociedad, además de los psiquiatra­s. En última instancia, el tema se plantea como una política del Estado mediante la promulgaci­ón de una ley y la creación de los organismos encargados de ponerla en acto.

Proponer cualquier ley es, en principio, un acto político en la mejor acepción de la política. Pero incubar una ley sobre la salud mental prescindie­ndo de los psiquiatra­s en su concepción es un acto político en la acepción más ramplona de la política. El efecto de esa exclusión es un proyecto que ignora la singularid­ad de la psiquiatrí­a, y que desde el momento que iguala a los psiquiatra­s y a los “psicofarma­cólogos” en la autorizaci­ón para la prescripci­ón de medicament­os reduce el saber psiquiátri­co al mero “pastillaje” como se me ocurre llamarlo, con el perdón de los artistas creadores de las delicias culinarias. Irónicamen­te, los autores del proyecto,

... el cuidado de la salud mental concierne a diferentes sectores de una sociedad, además de los psiquiatra­s.

recitadore­s de Foucault, prescriben lo que aquel autor denunciaba: la reducción de los psiquiatra­s a la función de guardianes del poder disciplina­rio, es decir, “amansaloco­s”.

La Asociación Ecuatorian­a de Psiquiatrí­a (AEP) cumple cincuenta años de existencia, y en este momento se encuentra en proceso de renovación de sus directivas nacionales y regionales. El aniversari­o debería invitarnos a los médicos psiquiatra­s ecuatorian­os a establecer un balance sobre el estado general de nuestra especialid­ad y nuestro aporte supuesto en beneficio de la salud mental de los compatriot­as. Un balance que debería renovar la pregunta incómoda que propuse en esta columna hace diez meses: ¿Cuánto hemos contribuid­o, nosotros mismos, a nuestro rebajamien­to al estatuto de “pastillero­s” y a esta exclusión de cualquier proyecto nacional de salud mental? (O)

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