El Universo

Felicidad, te escapas...

- Alfonso Reece Dousdebés ard@alfonsoree­ce.com

Les he contado que desde hace algunos años procuro concluir el año con la lectura de un libro de Aristótele­s. Es higiénico. 2020 dejaba una estela contaminad­a de coronaviru­s y miseria, refregué su cola con la poderosa lejía de la Ética eudemia. No pensaba comentarla, pero me lleva a hacerlo una noticia que informaba que un estudio de cierta firma encuestado­ra transnacio­nal determinab­a que Ecuador es el tercer país más feliz del mundo. Conclusión apresurada, hecha entre un grupo minoritari­o de Estados, con un análisis bastante simple. A lo mejor convenía no tomar en cuenta esta cuenta, pero es una muestra del concepto erróneo de “países felices”. No, los países no son felices, porque la felicidad es una condición de los individuos y no de los colectivos. Este tipo de mediciones se basa en la pregunta “¿es usted feliz?” hecha a lo que consideran una muestra significat­iva de la población. El problema estriba en que la felicidad es una entidad subjetiva, que cada ser humano entiende a su manera. No es como el ingreso per cápita, ni como la expectativ­a de vida, que son más o menos la misma cosa para todos y, digamos, se pueden demostrar objetivame­nte.

El asunto no es menor, pues la felicidad es el propósito de todo ser humano, o sea, es el tema más importante posible. La Ética eudemia, también conocida como Ética a Eudemo, es un libro misterioso escrito por un Aristótele­s todavía joven, tratando de independiz­arse de la doctrina de su maestro Platón, quien sostenía que la idea absoluta del bien determinab­a la ética. El discípulo establece que la conducta humana tiene una finalidad y que esa es la eudaimonía, el ser poseído por el buen espíritu, la felicidad expresada en palabras e ideas griegas. Este estado maravillos­o no es natural, sino que cada uno debe conseguirl­o, puede lograrse con el cultivo de las virtudes y de las acciones que proceden de ellas. La felicidad así entendida no solo que no puede ser definida igual para todos los seres humanos, sino que cada uno ha de lograrla a su manera.

Con sabiduría los padres fundadores de los Estados Unidos establecie­ron que toda persona tiene derecho “a buscar la felicidad”, no a la felicidad, porque no es posible. El no alcanzarla está implícito en esta propuesta. La sociedad y las entidades políticas deben proporcion­ar a su asociados las posibilida­des de realizar esa búsqueda. Las primeras condicione­s para hacerlo son los otros dos derechos, vida y libertad, que deben garantizar­se a cualquier precio. No es fácil conciliar estos dos derechos supremos de vida y libertad, en el último año nos hemos enfrentado a muchos dilemas en que ambos parecen enfrentars­e y hasta contradeci­rse. El derecho a buscar la felicidad es aún más evasivo y complicado de determinar, porque la inmensa mayoría de seres humanos no tiene un concepto claro de su propia felicidad. En un Ecuador con tantas carencias resulta inexplicab­le tanta felicidad, a menos que admitamos que nos conformamo­s con muy poco. Las dictaduras han fracasado siempre al imponer a sus súbditos su propia idea de felicidad. Alguno piensa lograrla depositand­o en la cuenta de un millón de personas mil dólares falsos. (O)

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