Dos libros
Con frecuencia llegan libros recientes a la puerta de mi casa, y pese a que ya casi no tengo espacio para albergarlos, soy feliz con cada título nuevo. Sobre algunos echo un velo de silencio, ya sea porque no hay cómo leerlos todos o porque resulta más generoso callar. Hoy me voy a referir a dos de los que vale la pena hacer referencia y cuyos autores se sitúan en los extremos de mi vida: el primero de uno de mis maestros, el otro de una alumna.
Siempre he sido admiradora de cada palabra que brota de la sapiencia de Eduardo Peña Triviño. En esta ocasión su ensayo “Bases de la gloria” capitanea el libro del mismo nombre que se publica en homenaje al Bicentenario de la Independencia de la ciudad, junto a cinco monografías más. Su mesura me conduce a valorar el concepto base de su pronunciamiento, que antes de aproximarme a su criterio me parecía una idea vanidosa. Buscar la gloria podría entenderse como expresión de un yoísmo desenfrenado que caracterizó a algunos personajes ensoberbecidos. Cuando el Dr. Peña enrumba su análisis interpretativo del 9 de Octubre de 1920, lo hace en ánimo de identificar “reputación, fama y honor… que resultan de las grandes cualidades de una persona” de los principales participantes de la gesta libertadora de Guayaquil.
Hay un sereno esfuerzo de poner la palabra justa respecto de Bolívar: su evidente imposición para anexar Guayaquil a la Gran Colombia, su carácter autoritario, sus desacuerdos con Olmedo, tanto como su visión futurista en anhelo de la gran potencia que habría resultado de la unión de las antiguas colonias. Clara queda la diferencia de miras y de personalidad con el poeta de Junín
... pese a que ya casi no tengo espacio para albergarlos, soy feliz con cada título nuevo.
y Ayacucho, a cuya pieza épica el trabajo dedica páginas brillantes. De Olmedo se revela la mirada sensible que lo llevó a pronunciar en Cádiz una resonante defensa y comprensión del indígena. El héroe y el poeta que consiguieron la gloria: Bolívar y Olmedo —otros atrás de ellos— flanquean la historia de Guayaquil.
El segundo libro es un poemario de largo título: Les hablaré de ti a todos los mares que fragüen un hogar en mis ojos, el primero de la joven quiteña Amanda Pazmiño, a quien tuve en mis aulas algunas veces. En nuestros tiempos me resulta más misteriosa la vocación por escribir las líneas cortas, golpeadoras y montones de veces incomprensibles de la poesía contemporánea. Sabedora de que no se pueden leer en pos de significados evidentes, los versos deben impacientar a los lectores cuando lo recomendable es dejarse llevar por las asociaciones mentales y sonoras que producen los deliberados ritmos de las palabras. La colección de 44 poemas cortos se apoya en la naturaleza, le arranca destellos al agua, a la tierra y a sus frutos, y en un intercambio entre un tú interpelado y un yo confesional, el lector tiene que avanzar buscando revelaciones.
Un nudo de complejidades asoma el rostro: “Hagamos del tiempo una profecía del vacío” declara el hablante lírico en una invitación a compartir algo que se desvanece, como si no se pudiera asir lo que se desea. Hay atisbos de finitud y de muerte. El cuerpo desliza intuiciones que la voz poética recoge. Me detengo en el poema XI, que salmodia líneas largas a partir de la palabra “calma” para dejarla retumbar en el caracol del oído. En poesía, el sonido es el eco del sentido.
Sigamos leyendo. (O)