ALGUIEN TENÍA QUE DECIRLO
Si existe un insulto imperdonable para un hincha de Boca es decirle que su equipo “gallineó”. Y más en Copa Libertadores. Pero esta vez los xeneizes no reaccionaron ante la “afrenta”, quedaron chatos, son conscientes del papelón. Ellos mismos masticaban rabia: “jugamos a lo River”. Agravado porque veinticuatro horas antes River había dado una sobrada muestra de coraje ante Palmeiras; a punto estuvo de la hazaña de levantar un 0-3 en Brasil, habiendo arrinconado durante 101 minutos al Verdão en el Parque Antarctica. Con once y con diez hombres. Y así como River casi consigue la proeza –le sobraron fútbol, guapeza y situaciones– Boca se pudo haber traído cinco o seis goles de Vila Belmiro; directamente, no compitió.
Más allá de los matices, fue una semana espectacular de Copa que prestigió la competición,
P
jerarquizó el producto ante la televisión y los patrocinadores. Un solo encuentro, uno de los 155 que componen el torneo justificó todo el desarrollo y quedará grabado por años: Palmeiras 0 - River 2. Partido que honra a la Libertadores; evocó las grandes noches coperas de los 60, los 70 y los 80. Palmeiras fue a la final y River a su casa, pero la grandeza no se mide solo con resultados, también con actitud. Vimos en River el fuego sagrado que distingue al jugador rioplatense. Fueron dos horas en que estuvo en vilo el continente futbolístico.
Remontar el 0-3 de la ida en Avellaneda parecía utópico ante un grande de Brasil y en San Pablo, pero el equipo de Gallardo (nunca tan certera la asociación) salió a comerse vivo a Palmeiras y a los 44 minutos ya estaba dos goles arriba con dos cabezazos, uno matador del paraguayo Rojas y otro del colombiano Borré. Lo tenía acorralado a Palmeiras futbolística y sobre todo anímicamente. Metido en su arco, atribulado, el once dirigido por el portugués Abel Ferreira no encontró respuestas en toda la noche ante la superioridad millonaria. Poco orgullosa forma de llegar a una final. Y hubo cinco jugadas polémicas, de las que habló Sudamérica: en las cinco se falló en contra de River. Un precioso gol de Montiel y un penal a Borré estuvieron bien anulados por mínimos fuera de juego anteriores; el penal de Alan Empereur a Suárez (lo vimos unas ochenta, cien veces) nos parece falta, aunque reconocemos que es discutible. Luego hubo dos más: una equivocada doble amarilla a Robert Rojas faltando 37 minutos cuando ni había cometido infracción; y, por último, un intento de rechazo del arquero Weverton que le erró a la pelota y le pegó con el puño en la cara al chileno Paulo Díaz; claro penal que el VAR, tan minucioso en otras, no vio. Muchas veces hablamos de la suerte de River con los arbitrajes, esta vez prácticamente se le escurre una Libertadores por errores en su perjuicio. Pese al éxodo de figuras desde 2015 hacia acá
AUNQUE CON EL 3-0 ENCIMA, RIVER SALIÓ A COMERSE AL VERDAO.
el Morumbí sobre el once de Diego y Robinho; y en esta semifinal, aún con Tévez en cancha (casi dieciocho años después), Santos lo dejó de a pie. En Buenos Aires se había dado un abúlico 0 a 0. En su cajita de zapatos de Vila Belmiro, el eterno club de Pelé salió a buscar el partido en tanto Boca, irreconocible, asumía una actitud similar a la de Palmeiras, timorata, defensiva, impotente. No es buen equipo Boca y le quedaba grande el traje de finalista,
NO ES BUEN EQUIPO EL DE BOCA JR. Y EL TRAJE DE FINALISTA ERA GRANDE.