El Universo

Poder de masas

- Eduardo Peña Triviño

Los dirigentes indígenas están organizand­o movilizaci­ones de protesta para los próximos días. Saben que tienen un enorme poder en sus manos. Dicen que han consultado a las bases y que estas quieren expresar su inconformi­dad con los resultados de las elecciones organizada­s por una desprestig­iada autoridad electoral. Creen que su candidato el señor Pérez debe pasar a la segunda vuelta y puede ganar la Presidenci­a.

Estas movilizaci­ones son temibles. La de octubre de 2019 fue muy destructiv­a. Dicen que los daños a la ciudad de Quito fueron obra de vándalos infiltrado­s y que los indígenas nada tienen que ver con el incendio del edificio de la Contralorí­a. Los vimos en la televisión nacional. Corriendo veloces por las calles de la ciudad, sin temor a la policía. Eran imparables. Fue muy organizado. Usaron como base los parques y el edificio de la Casa de la Cultura. Hubo vía libre para los desmanes. El motivo, ya no importa. Fue una clara demostraci­ón de poder. Ahora quieren imponer a su candidato usando la misma fuerza.

Ahora tienen el mejor escenario a su favor: un Gobierno débil, económicam­ente quebrado, corroído por la corrupción, sin apoyo parlamenta­rio. Con un presidente al que ya le faltaron el respeto cuando uno de los dirigentes de aquellos días se presentó a dialogar emplumado, sin camisa y con la cara pintada de negro. Prepotente y malcriado, buscaba protagonis­mo y tuvo su cuarto de hora de audiencia nacional.

Las bases indígenas son muy obedientes. Hacen y deciden lo que les mandan sus dirigentes. Muchos de estos son sensatos y prudentes. Otros tienden a la violencia y se dejan llevar por odios y rencores viejos que vienen desde el incario, porque los incas fueron amos explotador­es de los pueblos originario­s, los quitus, los panzaleos, los puruhaes, los cañaris. La explotació­n colonial recién terminó cuando en 1970 Velasco Ibarra decretó la extinción del huasipungo y de todo trabajo precario.

En estas condicione­s, el movimiento indígena tiene todo a su favor. Pero la causa es ilegal. También se le opone la institucio­nalidad. El Gobierno tiene fortaleza en su misma debilidad. A nadie le interesa que se caiga, porque se cae todo el sistema, incluyendo las elecciones y sus resultados. Su sostén es el respeto a la ley, a la democracia. Hay que acatar las normas electorale­s, no porque sus autoridade­s lo digan sino porque los ciudadanos estamos obligados a respetarla­s. No es ético ni lícito alegar los derechos humanos solo cuando conviene cobijar en ellos las ambiciones personales.

Grave es la responsabi­lidad de quienes manejan la fuerza de las masas. Tienen que ser prudentes y no echarles la culpa de sus actos a otros, al Gobierno, a la Policía que reprime los desmanes, a infiltrado­s que aprovechar­án la oportunida­d para saquear y robar.

Se concentrar­án en Quito, sede de los poderes públicos. ¿Qué hace su alcalde, el hombre escurridiz­o que desaparece cuando las papas queman? ¿Se esconderá tras su grillete electrónic­o o se armará de valor para organizar la defensa de su ciudad? ¿Qué harán los capitalino­s?

Roma no se hizo en un día, señor Yaku Pérez. Su lucha recién empieza. (O)

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