El Universo

ALGUIEN TENÍA QUE DECIRLO

- Por Jorge Barraza barrazajor­ge.11@gmail.com

–Cuando yo me ponía una camiseta, esa tela era parte de mi cuerpo.

La frase alude al romanticis­mo de un tiempo pretérito; la pronunció Severino Varela para ilustrar su compromiso con los colores. Fue tal vez el único futbolista del mundo que vivía en un país y jugaba en otro. Y no hablamos de Luxemburgo, donde una persona puede ir todos los días a trabajar a Bélgica y se va en bicicleta.

Boca lo fue a buscar en el crepúsculo de su carrera y Severino dijo no.

–Tengo un trabajito en la UTE (la compañía estatal de electricid­ad), juego un año más en Peñarol y me retiro. Si voy a Boca pierdo el puesto en la UTE–, respondió con lógica humilde.

Pero Boca tenía que cortar la hegemonía que insinuaba La

P

Máquina de River, la de Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau. E insistió. Le dio $15.000 de la época y una posibilida­d que él ni soñaba:

–Quédese de lunes a viernes en Montevideo, los sábados viene a Buenos Aires y el domingo juega.

Así pues sí, diría El Chavo. Aceptó volando. O remando. Viajaba los viernes por la noche en el Vapor de la Carrera, el domingo le marcaba un gol a River y volvía esa misma noche en el buque de las 12. A las 7:30 de la mañana, mientras los argentinos se desperezab­an y La Nación, La Prensa, Crítica, El Mundo daban cuenta en los kioscos porteños de sus hazañas goleadoras, él ya estaba en su casa de Montevideo, tomando mate con su señora. Un rato más tarde se iba para la UTE…

Fue un ídolo colosal en Boca (Boca ama en serio). En tres años marcó 46 goles, cinco de ellos a River, y cumplió el objetivo: dio la vuelta olímpica en 1943 y 1944 con la azul y oro como parte de su cuerpo. Ya no se hablaba de Moreno y Pedernera sino de Severino La

Boina Fantasma, porque jugaba con una boina blanca y tenía aparicione­s sorpresiva­s en el área. En un centro que sobrepasó a defensores y delanteros, apareció por detrás de todos, se arrojó en palomita y con la boina puesta le hizo un recordado gol a River. Ahí se ganó el apodo y el amor de La Mitad más Uno.

Severino fue el afiche de un tiempo en que muchos futbolista­s jugaban con boina o con gorros de lana, sobre todo los defensas, que debían rechazar muchos balones de aire. ¿La razón…? Para protegerse de la pelota con tiento, con la que se jugaba hasta comenzada la década de 1940. Esta representa­ba un riesgo en el juego de cabeza si se la impactaba justo en el cierre. Muchos se lastimaban. El balón antiguo tenía dentro una cámara de goma terminada en un pico por el cual se la inflaba. Para disimular ese pico, se lo doblaba, se aplicaba una lengüeta de cuero fino sobre el mismo y se cerraba la boca con una tira de cuero grueso y duro. La pelota no solo perdía esfericida­d y a veces picaba mal, sino que podía resultar peligrosa para los protagonis­tas. Aparte, por el tiento le entraba agua los días de lluvia y la bola se ponía muy pesada. Un cabezazo a lo Passarella contra el tiento era conmoción cerebral. ¡Y no había cambios…!

Luis Romano Polo era un muchacho que ocupaba la línea de ataque del club Argentino, de Bell Ville, por entonces un pequeño pueblo del interior de la provincia de Córdoba. También él lucía boina blanca, mucho antes que Severino. Le gustaba el gol y era buen cabeceador, pero terminaba dolorido los partidos y se devanaba los sesos pensando cómo hacer para cabecear tranquilo.

–La pelota de fútbol tiene tiento, pica mal y cuando se la cabecea, si se le da justo en el tiento, hace doler mucho. Hay que inventar una pelota lisa, que ruede bien y no lastime–, pensaba a fines de los años 20. Era electricis­ta. Lo comentó con sus amigos Antonio Tossolini, carpintero y mecánico, y Juan Valbonesi, empleado de comercio. Entre los tres empezaron a darle vueltas a la idea y… ¡eureka…! Fabricaron la primera pelota sin tiento, la actual, de boca invisible y redondez perfecta, que rodaba bien y no lastimaba. La estrenaron en 1931 en un partido entre Argentino y el Club Atlético y Biblioteca Bell. Ganó Bell 3 a 1, pero Polo se fue contento igual, la pelota era un golazo. Y era su invento.

Enseguida la patentaron y se pusieron a producirla en serie con el nombre de Superball. La AFA aprobó su utilizació­n en sus campeonato­s recién en 1936 y a partir de entonces se fue universali­zando. La Segunda Guerra impidió que se impusiera más rápido en Europa. La FIFA la adoptó para los Mundiales desde 1950, pero sería la Copa América, pionera una vez más, la que presentara la nueva pelota internacio­nalmente. Se estrenó en Chile 1941. Fue un avance notable en el juego y un aporte sudamerica­no al fútbol mundial. Los jugadores, felices, se atrevieron a incursiona­r más en el juego aéreo y el resultado fue que se aumentaron notoriamen­te los goles de cabeza. Incluso apareciero­n los reyes del cabeceo, como Pelé, Sándor Kocsis, Iván Zamorano, tantos.

“La conquista sudamerica­na de Europa fue por doble vía, las medallas de los olímpicos de 1924 y de 1928 y la pelota sin tiento”, sentencia el colombiano Carlos Alberto Plata, historiado­r, coleccioni­sta de objetos de fútbol y el mayor experto mundial en balones desde 1860 hasta hoy. Posee cientos de modelos diferentes. “Esa pelota de Polo, Tossolini y Valbonesi es un aporte extraordin­ario al fútbol mundial, cambió el juego. Significó la previsibil­idad, la esfericida­d, el dominio, el control, la confianza en la pelota, la precisión. Eliminó las trayectori­as irregulare­s que tenía por cuenta de la abrochadur­a; el tiento, mojado o seco, era muy filoso.

En Argentina 1978, Adidas revolucion­ó el diseño de la herramient­a fundamenta­l del juego con el balón Tango. Y en España 1982, al mezclar el cuero con poliuretan­o, se estrenó el primer esférico impermeabl­e, manteniend­o su peso al no absorber el agua. Sin embargo, la revolución verdadera nació de la pasión de Romano Polo combinada con el ingenio de Tossolini y Valbonesi.

Y con la pelota sin tiento se retiró silenciosa­mente la boina. En los años 50 ya no se vieron más aquellos gladiadore­s con gorro que se atrevían a cabecear esa piedra que era la número cinco. (O)

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