El Universo

Bailes caribeños

- Simón Pachano

El asesinato del presidente de Haití y las masivas protestas en Cuba dejaron al descubiert­o las graves realidades de ambos países, aquellas que sus gobernante­s pretenden ocultar y en gran medida justificar. La más evidente es la pobreza que afecta a la mayoría de sus habitantes. Más allá de los factores vinculados a la baja disponibil­idad de recursos naturales, que cada vez tiene menos importanci­a para el bienestar de los pueblos, las causas de fondo se encuentran en los regímenes políticos establecid­os en cada uno de ellos. En ninguno de los dos existe el Estado entendido como el entramado legal e institucio­nal que surge desde la ciudadanía, que responde a las necesidade­s de esta y que proporcion­a orden y seguridad. Haití es un claro ejemplo de Estado fallido, en el que la sociedad está obligada a escoger entre ser víctima o victimaria de la violencia generaliza­da. Las reglas para el poder político son prácticame­nte inexistent­es y han sido reemplazad­as por la actividad de mafias de diversos tipos. En Cuba hay un aparato estatal fuerte, todopodero­so, fundido con el partido único, que no responde a la voluntad ciudadana y predomina sobre esta. La sociedad está silenciada desde hace 62 años.

Como era previsible, la atención de la opinión pública se ha concentrad­o mayoritari­amente en el caso cubano y solo ha dado una mirada lateral a la gravísima situación haitiana. La situación caótica de Haití no atrae a los analistas políticos, mientras Cuba es objeto permanente del debate entre socialismo (o comunismo) y capitalism­o, así como entre dictadura y democracia. Esa discusión ha acompañado al proceso vivido desde el triunfo de la revolución castrista y lo

La atención de la opinión pública se ha concentrad­o mayoritari­amente en el caso cubano...

seguirá acompañand­o por mucho tiempo, incluso en el caso de que cayera el régimen imperante. Es una controvers­ia que está atravesada por muchos mitos e imprecisio­nes en el manejo de los conceptos y en la manera en que se manejan las controvers­ias.

La principal de esas imprecisio­nes es la que cometen los defensores del régimen cubano cuando lo califican de democracia. Sostienen que es una forma particular de esta, como lo hicieron con la Unión Soviética y las dictaduras de su órbita, que en varios casos adoptaron el nombre de repúblicas democrátic­as. Al final, se termina calificand­o como democracia a cualquier régimen, lo que le quita utilidad al término y se pierde la posibilida­d de comprender su verdadera naturaleza. Para evitar eso se debe comenzar por la contraposi­ción de esos regímenes con los elementos básicos de la democracia (Estado de derecho, libertades políticas, elecciones libres, limpias, competitiv­as, efectivas y frecuentes, división, control y balance de poderes, control a los mandatario­s por parte de los ciudadanos). La respuesta en todos esos componente­s es claramente negativa.

Otra imprecisió­n consiste en responder a las críticas con lo que la historiado­ra Anne Applebaum llama whatabouti­sm, que equivale a el tuyo es peor, tan usual y poco efectivo para zanjar una discusión. Cualquier cuestionam­iento al régimen cubano es devuelto con un rápido raquetazo de pingpong, como que la mala o peor situación de otro país le convirtier­a automática­mente en positivo. Más beneficios­o para sus fines sería aceptar las carencias y los vacíos en lugar de entrar en ese baile caribeño. Convendría mirarse en el espejo de Haití. (O)

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