El viejo país agazapado
Se respiran nuevos aires en Ecuador. Una exitosa campaña de vacunación preludia el fin de la pandemia y posibilita superar su aterrador legado. Las reformas en materia petrolera indican que sí hay voluntad de cambiar. Pero, ¡de pronto!, vemos que el viejo país, el del retraso y del desencuentro, el de las medidas de hecho y de los errores reiterados, no está muerto y ni siquiera herido, sino que espera agazapado en la maleza para atacar en la primera oportunidad. Así sucedió la semana pasada con un paro del sector arrocero, que cerró las vías, incendió llantas, produjo miles de dólares en pérdidas a muchos ciudadanos que no tenían nada que ver con el problema. Es decir que esas maneras de hacer política y de reclamar derechos mediante acciones ilegales, indiscriminadas y violentas, siguen vigentes y demuestran que un nuevo Octubre Negro no es imposible. El derribo de un hermoso samán enorme y el maltrato a una desventurada iguana fueron la imagen de una sociedad en la que la convivencia no violenta y el uso de métodos republicanos tienen pocas esperanzas de consolidarse. Esto con respecto a las formas equivocadas.
Vamos con los contenidos de la protesta. El sector arrocero, como muchos grupos de productores agropecuarios, tiene problemas. Y está en todo su derecho de pedir, por vías civilizadas y jurídicas, la solución de sus aprietos y conflictos. Sin embargo, los pedidos del grupo alzado parecen sacados de textos de mediados del siglo pasado. Piden mantener y ahondar el mercantilismo dominante en el país. Que permanezca el sistema de precios controlados, con un “precio de sustentación” para el arroz. Esto, junto con otras medidas proteccionistas e intervencionistas, significa la anulación del mercado como sistema de organización económica y el predominio de intereses grupales sobre toda la comunidad. Justamente lo que se quería cambiar se impone mediante asonadas. Es el Ecuador de toda la vida, el jaguar famélico y tuerto, pero no por ello menos peligroso, que acecha en la manigua.
Todo esto no quiere decir que la suerte del sector arrocero se deje a la buena de Dios, en un mundo donde prevalece la trampa. El sector agrícola como conjunto seguirá siendo un puntal imprescindible de la economía nacional y como tal merece un trato especial. Pero no dentro de esquemas ilegítimos y que han demostrado durante siglos, siglos digo, que son dañinos para el país y destructivos para los productores a los que se pretende proteger. ¿Qué hacer entonces? En primer lugar, crear un entorno favorable para el productor y el emprendedor de todos los campos, mediante las indispensables reformas laboral, impositiva y administrativa. Después, una masiva asistencia técnica, que proporcione información y asesoría en todos los aspectos del proceso productivo, incluyendo el financiero y el comercial. Soñemos con un Super-Iniap, autónomo, de estructura mixta, libre de influencias politiqueras, que funcione en donde quisieron hacer ese elefante blanco llamado Yachay. Y, por supuesto, desarrollar un sistema de crédito agropecuario transparente, accesible y sostenible, que no requerirá de un “banco” estatal burocrático y politizado. (O)