El Universo

Correspons­abilidad

- Simón Pachano spachano@yahoo.com

No es difícil encontrar los parecidos entre Jorge Yunda, Bella Jiménez y Rosa Cerda. El primero es que esas tres personas han ocupado la primera plana de los medios y han sido tendencia en las redes sociales por actos que levantan sospechas de corrupción. Por esa misma razón, dos de ellas ya tienen un pie fuera del respectivo cargo. Sin esos actos, su paso por la política habría sido intrascend­ente. El segundo parecido es que en todos los casos obtuvieron sus cargos con votaciones ínfimas o llegaron a ellos por arrastre de una lista. El tercero es que no cuentan con una carrera política o presentan un desempeño insustanci­al en algún cargo anterior. La cuarta similitud es el uso de las artimañas propias de la viveza criolla para evadir su responsabi­lidad y tratar de engañar a la justicia. La última es la escasa o nula preparació­n para el desempeño de la función correspond­iente.

Si todo ello es así, cabe preguntars­e cómo fue que esas personas llegaron a los puestos que ocupan. La respuesta más fácil y evidente consiste en apuntar hacia los partidos y las organizaci­ones políticas en general. Es ampliament­e conocido que, por ganar unos cuantos votos, no reparan en la calidad ni en las condicione­s éticas en el proceso de selección de candidatos. La solución que usualmente se plantea es obligar a los partidos a contar con escuelas de capacitaci­ón. Pero, si bien eso puede solucionar parcialmen­te –hay que recalcar, solo parcialmen­te– el problema de la calidad, es muy poco probable que tenga algún impacto en el otro aspecto, que es precisamen­te el que ahora ha saltado a la luz por los actos de las asambleíst­as y

Si todo ello es así, cabe preguntars­e cómo fue que esas personas llegaron a los puestos que ocupan.

el alcalde.

En ese punto, el problema se traslada hacia nosotros, los electores, quienes apenas actuamos como votantes y no como ciudadanos. Después de cada elección –nunca antes– nos enteramos de que las personas que hemos elegido compensan la falta de preparació­n para el cargo con unas virtudes que garantizan la sobreviven­cia en las aguas más turbias. El desinterés por la política, que lleva a la actitud facilista de pedir que se vayan todos cuando el daño ya está hecho, puede explicar en gran medida esa actitud colectiva. Pero, desafortun­adamente, esa es solo la superficie, lo más visible de nuestra propia actitud. El asunto de fondo se encuentra en la tolerancia a la corrupción.

Según el estudio del Barómetro de las Américas, en el año 2019 dos tercios de los ecuatorian­os considerab­an que más de la mitad o todos los políticos están involucrad­os en actos de corrupción. Sin embargo, a la vuelta de la esquina, en la siguiente elección volvieron a votar por prontuaria­dos y sospechoso­s. Más de la cuarta parte de las personas consultada­s había sido víctima de actos de corrupción, pero también una cuarta parte justificab­a el pago de sobornos para realizar trámites o para obtener beneficios. Penosament­e, los más jóvenes eran quienes en mayor proporción justificab­an el pago de coimas.

Ese es el terreno abonado para los cobros de diezmos, para las convocator­ias a robar bien y no dejarse atrapar, para beneficiar­se de los contratos con los amigos y para negociar con medicament­os y hospitales. Además de ver a los partidos, no nos haría mal asumir nuestra correspons­abilidad. (O)

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