El Universo

El oro de los mendigos

- Alfonso Reece Dousdebés ard@alfonsoree­ce.com

peligros se achacan a la minería, pero sobre todo el de destruir el medioambie­nte. Por esencia ninguna actividad humana es inocua, todas alteran los ecosistema­s en algún grado. El ser humano es una especie invasora y, por tanto, su impacto sobre los ciclos naturales siempre distorsion­a su funcionami­ento. Incluso la cultura de los pueblos “no contactado­s” tiene costos ambientale­s que solo se pueden mantener en muy pequeñas comunidade­s.

Entonces, lo que se debe procurar es que todas las actividade­s humanas legítimas se realicen con un mínimo daño en los espacios naturales. Y esto es posible con la minería, que se logra no mediante ningún “conocimien­to ancestral” ni práctica chamánica. Para empezar, hay que contar con estudios científico­s serios que determinen cuáles son las posibilida­des del yacimiento y de su entorno. Así se establecer­á cuál es la tecnología apropiada, que siempre debe ser de punta. De esta forma se pueden tener explotacio­nes mineras en las inmediacio­nes e incluso dentro de áreas protegidas. Hay ejemplos de esto en países muy cuidadosos. Lo importante es que haya autoridade­s éticas que estén dispuestas a imponer los controles necesarios. No es un tema ecológico sino moral y de eficiencia administra­tiva.

Lo peor que puede ocurrir es que la minería, en lugar de estar sometida a normas y a la vigilancia de autoridade­s, se desenvuelv­a por fuera del marco jurídico, en la informalid­ad. Los yacimiento­s de oro y de algunos otros minerales valiosos, se puede decir que, si no se explotan legalmente, es seguro que se lo hará por lo ilegal. Y ahí sí tenemos problemas. La pobre tecnología utilizada es poco eficiente en la recuperaci­ón del metal y altamente contaminan­te. Los asentamien­tos dedicados a estas actividade­s constituye­n verdaderos focos infeccioso­s en los que se congregan toda clase de prácticas criminales y nocivas: lavado de activos, narcotráfi­co y drogadicci­ón; trata de personas y prostituci­ón; invasiones de terrenos; organizaci­ones mafiosas y funcionari­os corruptos... la lista es infinita. Lo más triste del caso es que casi todos los que fueron allí infectados por la fiebre del oro se irán tan pobres como llegaron. Esta situación trágica es una metáfora de lo que le puede pasar al país: si no se aprovechan las minas con técnicas adecuadas, cuidando los factores colaterale­s e invirtiend­o racionalme­nte los ingresos generados, en pocos años se agotarán los yacimiento­s, el medioambie­nte se habrá degrado y los problemas sociales se agudizarán. Mendigos que duermen sobre arcas vacías. (O)

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