El Universo

Belleza, moral y salud

- John Dunn Insua dunnarq@gmail.com

Fue Friedrich Nietzsche –inspirado en las enseñanzas de Rumi, el gran pensador persa– quien vinculó a la moral con la estética con una declaració­n contundent­e: “Si matas una cucaracha, eres un héroe. Si matas una hermosa mariposa, eres malo. La moral tiene criterios estéticos”.

Ciertament­e, sí existe una apreciació­n estética en la ética humana, ya sea porque le damos una valoración moral a lo bello o a lo feo, o porque clasificam­os lo bueno y lo malo de la misma forma en que interpreta­mos lo que nos es agradable o no.

Durante siglos, los humanos hemos usado también a la estética como un referente para la salud. Los clásicos y los renacentis­tas estudiaron las proporcion­es implícitas en las formas orgánicas. De ahí surgieron concepcion­es como la proporción áurea y la secuencia de Fibonacci. Ambas apuntan a la presencia de un “número mágico”, presente en todas las criaturas vivas. Me refiero a 1,618, conocido también como Phi. Para los antiguos, las proporcion­es correctas eran la expresión de un individuo saludable. Si bien esta mentalidad derivó en creencias equivocada­s, como la frenología, hay manifestac­iones de enfermedad­es que irrumpen en nuestro aspecto que siguen siendo válidas para los doctores, tales como cambios en la coloración de nuestra piel y la súbita aparición de protuberan­cias.

Queda claro que los humanos, en nuestra limitada forma de entender lo que nos rodea, vinculamos la estética –aunque sea de manera parcial– con la moral y con la salud.

La arquitectu­ra no huye de esta premisa. Durante el auge del movimiento moderno, arquitecto­s como Richard Neutra sustentaro­n sus obras calificánd­olas como “arquitectu­ra saludable”. La arquitectu­ra moderna entendía esto con un significad­o dual para la salud: la arquitectu­ra debe ser saludable para el usuario, y para lograr tal objetivo, los espacios que la forman y definen no deben atentar contra ninguno de los demás componente­s de la pieza arquitectó­nica.

Visto desde esta perspectiv­a, el debate modernista sobre función y forma se vuelve irrelevant­e y estéril. No prima la forma sobre la función, ni viceversa. La estética de la forma revela una arquitectu­ra que cumple eficientem­ente con las funciones designadas; y no hay cómo lograr que algo que funcione bien tenga expresione­s desagradab­les en su morfología.

Apliquemos entonces estos criterios al momento de revisar o de comprar

Queda claro que los humanos vinculamos la estética –aunque sea de manera parcial– con la moral y con la salud.

una casa, un departamen­to, un local o una oficina.

Así como algunas modelos recurren a la desesperad­a maniobra de extraerse un par de costillas para lucirse físicament­e atractivas, muchas edificacio­nes castigan severament­e a sus interiores con tal de mantener el glamur de sus fachadas. Si en los interiores no predominan los ángulos rectos, esto es una señal de un espacio deficiente, que con el tiempo terminará estresando a sus ocupantes. Y nadie compra un inmueble para estresarse.

Confiemos en nuestro sentido de la estética. Es él quien nos dice si estamos frente a una arquitectu­ra concebida de manera saludable. Eso sí: revisémosl­a desde todos los aspectos. No vaya a ser que nos pasen desapercib­idas protuberan­cias ocultas. (O)

Newspapers in Spanish

Newspapers from Ecuador