Patente de corso
Uno de los problemas al momento de analizar la dimensión del movimiento indígena es la barrera que impone el concepto de lo políticamente correcto, el cual de una u otra manera convierte cualquier crítica u observación en opinión reaccionaria y retardataria; en otras palabras, si una persona se anima a criticar los fundamentos de los reclamos indígenas, se convierte en objeto de ira y desprecio, circunstancia que se aplica a cualquier perspectiva seria del análisis histórico y cultural de la lucha del pueblo indígena.
En ese contexto, las críticas a la Conaie, por ejemplo y su capacidad de movilización que pone en aprietos la estabilidad democrática, tienen que estar vinculadas para guardar las formas, al respeto absoluto, casi dogmático, a la cosmovisión indígena, mediante la cual se justifican todos los desbordes y excesos de las movilizaciones. Es decir que se ha configurado a lo largo de varios años una narrativa de endiosamiento a la cultura indígena que tergiversa y manipula la comprensión efectiva de los graves problemas que asfixian en realidad a dichas comunidades; naturalmente, así como una nación debe ser respetuosa de las expresiones culturales y tradicionales de los indígenas, ese reconocimiento no debería impedir la crítica objetiva que permita, como señalaba, dimensionar de forma adecuada la realidad aborigen en el Ecuador, no la de mitos y fábulas que crean unos cuantos vivos e interesados.
En esa línea sería injusto atribuir la hegemonía de la violencia al movimiento indígena como herramienta de expresión política, pero es indudable que hay sectores importantes en ese movimiento que manipulan los factores de movilización y amenaza como elementos naturales de su relación con el Estado, lo que se hace más evidente cuando un personaje oscuro y radical como Iza, cuya novelería ideológica es el comunismo indoamericano basado en prejuicios y consignas seudorrevolucionarias, se convierte en su dirigente máximo. Claro, si está al frente de la Conaie es porque sus bases así lo han querido, lo que demuestra también la incapacidad del movimiento de encontrar liderazgos, que, sin claudicar en sus metas y objetivos, no estén arropados con tal sesgo ideológico. Así como la Conaie, marcha, protesta, demanda, se moviliza, sería conveniente que alguien recuerde al movimiento indígena que la convivencia democrática otorga derechos, pero también exige límites, si no, no se llamaría democracia. No puede darse en esa convivencia la idea de que un grupo o comunidad, por vulnerable que sea, imponga sus criterios, tenga carta blanca, en supuesta retribución histórica por sus derechos vulnerados.
Por supuesto, sería un absurdo ignorar las condiciones de marginalidad que siguen afectando a los pueblos indígenas en nuestro país; quizás ese ha sido durante años la debilidad de la nación frente al reclamo indígena: interpretarlo, aceptarlo, solucionarlo, pero siempre dentro de la lógica del convivir democrático. Y para eso se necesita, más que agallas, el talento político para recordar a los dirigentes indígenas, y en este caso a Iza, que una cosa es respetar los derechos de los pueblos indígenas y otra, muy distinta, otorgarles patente de corso. (O)