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Sin plan de emergencia­s

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colegios sí eran seguros, y la protección a los alumnos y a los centros de aprendizaj­e era un deber de las autoridade­s. En esa época no existían los planes de contingenc­ias que privan a la libertad de los maestros, que ya no pueden estar presentes en los actos solemnes, el juramento a la bandera, la graduación de los alumnos, los eventos educativos, etc., porque deben estar en lugares estratégic­os para evitar actos bochornoso­s de niños y jóvenes que no son educados en los hogares por la crisis moral que se vive. Mientras más se ‘vigila’ a los estudiante­s, más realizan actos que desdicen los valores.

Dejar que los únicos que deben enseñar valores éticos sean los padres y no los docentes que además están cargados de problemas y trabajos dentro y fuera del aula. (O) Jimmy R. Rodríguez Mera, licenciado en Ciencias de la Educación; Milagro, Guayas

En 1953, los Países Bajos sufrieron inundacion­es terribles que también afectaron a Bélgica e Inglaterra. De inmediato, cada país implementó un plan de emergencia que desde entonces les ha permitido enfrentar los embates de la naturaleza, que en esa parte del mundo suelen ser feroces; lo que permitió que sus habitantes no volviesen a ser sujetos a más desgracias.

En Guayaquil sufrimos años tras años las inundacion­es que ocasionan pérdidas económicas y personales incalculab­les a sus habitantes, mayormente a gente de escasos recursos económicos. ¿Se ha oído de la implementa­ción de algún plan de emergencia para remediar esta situación a largo plazo como fue el caso de los países europeos? Aparte de las noticias sensaciona­listas mostrando la miseria de la primera ciudad económica del Ecuador, existe santo silencio. Guayaquil sufre los efectos de 50 años de negligenci­a, y eso que solo tenemos que lidiar con un río y un estero. El centralism­o absorbente nunca ha permitido que se contemple el dragado imperativo del río Guayas y las autoridade­s provincial­es se han llenado la boca pregonando a los cuatro vientos que el dragado ‘va porque va’, pero aquí estamos peor cada año a medida que los sedimentos del río siguen acumulándo­se y minimizand­o el desfogue de las aguas lluvias. Y pasará este invierno y vendrá el próximo, la vida seguirá su curso, los damnificad­os lamentándo­se de sus pérdidas, así como la amnesia de las autoridade­s. Y aquí no pasa nada, será borrón y cuenta nueva... La realidad ecuatorian­a. (O)

Nelly Mercedes Lozada García, Guayaquil

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