El Universo

Un mundo de paz

- Katia Murrieta

En la Declaració­n de Naciones Unidas de 1993 se distinguen dos tipos de violencia contra la mujer: la de pareja y la sexual. Este fenómeno causa alarma social por el gran número que lo sufren, desde pequeñas en sus hogares y, luego, con su marido o convivient­e, en la calle y en los lugares de trabajo. Las cifras son inquietant­es, porque estos hechos se dan en todos los niveles socioeconó­micos. El silencio es el mayor cómplice de los autores. Se calla por temor a quien la ejerce, a perder el empleo, a que le quiten los hijos, a quedarse sola y sin soporte; por el qué dirán, por una esperanza de cambio o porque cree que es natural y que hay que vivir con ello debido a que así lo sufrió con sus padres.

En Ecuador, según el INEC, a noviembre de 2023, hubo 702 víctimas de femicidio, 49 eran niñas o adolescent­es menores de 18 años; 7 de cada 10 fueron heridas por arma blanca, asfixiadas o estrangula­das. De cada 100 víctimas de femicidio, 80 fueron asesinadas por sus parejas o exparejas.

Las causas provienen del atacante y de la víctima, debido a un bajo nivel de instrucció­n de esta, por haber sufrido maltrato infantil o haber estado expuesta a escenas violentas en la familia, al uso del alcohol o de las drogas, a actitudes de aceptación de violencia y desigualda­des de género; y el “machismo”. Curiosamen­te, algunas de las causas se convierten en efectos. El maltrato provocado por la baja autoestima de la víctima hace que se agudice o caiga en la drogadicci­ón y/o alcoholism­o. Entre las muchas consecuenc­ias se apuntan el estrés, trastornos emocionale­s y psicosomát­icos, miedo a todo, insegurida­d, abandono del hogar -cuando se atreve-; descuido y agresión física y verbal a los hijos. La violencia se convierte en un círculo vicioso que envuelve a toda la familia, porque, además, el agresor puede terminar bajo rejas.

No hay receta para combatir este flagelo, pero como en todo problema de salud pública debemos hablar de prevención. La principal causa, aunque resulte paradójico, está en la mujer y en ella radica su propia respuesta. Alguien dijo alguna vez que macho se escribe con M de mamá. La educación es la herramient­a indispensa­ble para luchar contra cualquier mal. Debemos educar a la fémina, desde pequeña, elevando su autoestima, haciéndole conocer sus derechos, enseñándol­e a defenderse y a no silenciar lo que le ocurre. Vale recordar también que muchas de las que acuden a las autoridade­s por agresiones de

No hay receta para combatir este flagelo, pero como en todo problema de salud pública debemos hablar de prevención.

sus parejas retiran la denuncia (69 %, en general).

Para disminuir gradualmen­te este fenómeno se debiera mejorar el entorno, instruir a la mujer para que críe menos machos y, siendo un problema de salud pública, todos los actores sociales deben ser involucrad­os en una batalla sin cuartel contra la violencia, comenzando por los más pequeños en las aulas escolares.

Hagamos de ‘Un mundo de paz’ el lema que se inscriba en el estandarte de nuestras vidas. Luchemos porque no haya más víctimas de la violencia en el mundo e inculquemo­s a nuestros hijos esto que ya casi no se escucha: A las mujeres no debe tocárselas ni con el pétalo de una rosa.

Para mis congéneres, ¡feliz Día de la Mujer!

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