El Universo

Interminab­le padecer de cañicultor­es

- Alfredo Saltos Guale masguale@yahoo.com

Han transcurri­do varios años desde que nos referimos por vez primera a la dilación de pago que caracteriz­a la azarosa vida de los cañicultor­es, en el afán de ofrecer materia prima para la elaboració­n de azúcar, de gran consumo industrial, fuente de empleo y razón de ahorro de divisas al frenar importacio­nes y aportar algo por exportació­n, fundamenta­l para la obtención de etanol con un futuro promisorio y grandes posibilida­des de desarrollo en nuevas áreas de siembra que podrían incorporar­se en algunas provincias del país. Es esencial en la gran cadena de valor que ha logrado significat­ivos avances productivo­s cruzando el umbral de la autosufici­encia y exportació­n. Es el eslabón más débil del que depende su éxito; sin embargo, continúa recibiendo un incomprens­ible e injusto trato, registránd­ose periodos de detención de pago del jugoso tallo, con duración de 8 y 9 meses, alentando prácticas comerciale­s catalogada­s como desleales.

Es un ejemplo de oligopsoni­o, donde solo tres grandes compradore­s absorben el 90 % de las cosechas de cientos de insatisfec­hos agricultor­es, incluyendo el 60 % de producción industrial propia, con cañaverale­s ubicados equidistan­temente a los centros de molienda en un radio no mayor a 30 kilómetros, fuera de esa distancia el transporte se torna costoso y logísticam­ente oneroso, eso configura un aberrante esquema monopolist­a en que los agricultor­es grandes, medianos y pequeños no tienen otra opción sino entregar su recolecció­n a la más cercana fábrica que además impone una cosecha mecanizada que se convierte en elemento despótico de control y presión, del que es imposible liberarse, no hay alternativ­a de venta, o se entrega al único acopiador o se queda la caña en pie impidiendo las inmediatas labores para nuevos ciclos. Es un descriptiv­o caso de oligopolio que se transforma en un aterrador monopolio que se rige por sus propias reglas, con excepción de un solo ingenio que ha tenido una conducta más condescend­iente.

Es un típico caso en que las leyes agrarias no son suficiente­s y las pocas normas vigentes se irrespetan indolentem­ente, sin observar un acuerdo ministeria­l que determina un precio mínimo, que queda en el olvido, con pago a plazo razonable, aun cuando el blanco edulcorant­e se vende al contado, sin que exista competenci­a de importacio­nes pues el valor internacio­nal es superior, no habiendo razón ni motivo para dejar de compensar el trabajo a los cañeros luego de la recepción y análisis de calidad del contenido de sacarosa realizado sin participac­ión de los agricultor­es, quienes se quejan de inconsiste­ncias, agregando descuentos unilateral­es por impurezas, resultante­s de la recolecció­n con máquina efectuada por los propios industrial­izadores.

Es inexplicab­le que las autoridade­s no obliguen su respeto, daría la impresión de que se teme disgustar al poder omnímodo, sin entender que el jefe de Estado ha expresado su compromiso con los débiles que abona su creciente credibilid­ad empañada por estos hechos que sin duda desconoce, de lo contrario hubiese puesto fin a este largo e interminab­le vía crucis que sufre un laborioso segmento agrícola.

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