Ganar y perder
Antes no existían inconvenientes ni cortapisas, si perdías en cualquier competencia, salías enaltecido, por haber participado en donde se puso todo el esfuerzo, entereza y emotividad, pero no se alcanzó el objetivo. De manera simulada, pero continua se fue reafirmando e inculcando como positivo que lo importante no era competir, sino ganar cueste lo que cueste, tornándose en una especie de afrenta el caer vencido, llegando al extremo de hacer bullying al perdedor.
El triunfar es enaltecedor cuando se lo consigue en buena forma, siendo esto motivo de alegría, algarabía entre quienes acompañan o son partícipes de este hecho. Al contrario, cuando se logra conseguir un triunfo, valiéndose de tramas, engaños y mañoserías, no se siente bien en el ambiente ni entre los participantes ese grato sabor de que lo logrado tiene la validez de un triunfo legal.
Casi a la par, o simultáneamente, las artimañas son encubiertas por toda una retahíla de pretextos vanos que a simple vista se nota que son falsos. Lograron ganar y eso es lo que les interesa, la falsedad de esa magia, dura muy poco, pero las secuelas son enormes y quizás se cronifiquen entre los actores, ya que la trampa se puede constituir en una costumbre o manera ilógica de alcanzar logros inmerecidos. Los reales desafíos son aquellos cuyas metas hacen brillar al vencedor con la luz diamantina de la gloria.
Las artimañas políticas ocurren de manera repetidas. Quiero diferenciar al Tribunal Electoral que hasta aquí, ha dado muestra de limpieza en sus actuaciones con ligerísimas recomendaciones que han recibido de los observadores internacionales. Tal es así que en todos los eventos electorales, hasta aquí llevados a cabo, han dado su beneplácito