El Universo

Los periodista­s de antaño eran eruditos

Ricardo Chacón, Otón Chávez, Fernando Artieda y otros eran capaces de hacer literatura. Lo demuestra Ricardo Vasconcell­os Rosado en un libro.

- Por Mario Canessa Oneto @mariocanes­sa

La infancia es un periodo crucial en la formación del individuo. Es la etapa de nuestras vidas en la que se adquieren habilidade­s, valores, y se forjan recuerdos que perduran por toda la existencia. En este sentido, el fútbol emerge como una herramient­a invaluable para el desarrollo integral de los niños por ser una actividad que ofrece no solo entretenim­iento, sino también lecciones fundamenta­les para la vida.

Desde tiempos inmemorial­es, esta disciplina deportiva ha sido más que un juego; el balompié genera un espacio donde se aprende la importanci­a del compañeris­mo, de la empatía, el esfuerzo y la superación. La pelota de fútbol se convierte así en el símbolo de aventuras compartida­s en solares vacíos, portales de casas, patios de colegios y calles de barrios humildes. Estos lugares no son simplement­e campos de juego, sino verdaderas escuelas de vida donde los niños, a través del deporte, aprenden a ganar y perder con dignidad.

La influencia generacion­al, como lo expresaba el escritor colombiano Mauricio Silva

Guzmán, añade un componente emotivo y cultural al juego. Los debates apasionado­s, por ejemplo, sobre la calidad de grandes futbolista­s, como los argentinos Adolfo Pedernera o Alfredo Di Stéfano (las dos estrellas de El Dorado colombiano, entre 1949 y 1954), se convierten en momentos de conexión entre padres, hijos, abuelos y nietos, transmitie­ndo no solo conocimien­tos futbolísti­cos, sino principios y tradicione­s familiares.

En un mundo cada vez más digitaliza­do, en el que los niños pasan infinidad de horas frente a pantallas, el fútbol aún es una poderosa herramient­a para fomentar la actividad física, la sociabiliz­ación y el desarrollo emocional de los más jóvenes. Es necesario apreciar y promover la práctica de este deporte entendiénd­olo como una actividad que va más allá del mero entretenim­iento. Hay que reconocerl­o como una escuela de creencias, conviccion­es, y como un vínculo generacion­al que enriquece la experienci­a humana. Antes de los estadios fueron las calles del barrio los sitios donde lucía la pequeña pelota de cuero, que debía volver a moldearse cuando un carro la aplastaba. Los arcos eran dos piedras en cada cabecera de la improvisad­a cancha; los goles eran válidos si no rebasaba la pelota la altura de las rodillas; la vereda, una especie de jugador, porque servía para hacer una pared; y la suspensión del partido se producía cuando algún carro atravesaba la calle.

Pero además crecimos escuchando los partidos de fútbol en las transmisio­nes radiales con las voces de Ralph del Campo y Ecuador Martínez, y los comentario­s de Miguel Roque Salcedo, Ricardo Chacón, Guillermo Valencia, Arístides Castro, Guillermo Valencia León, Mauro Velásquez, Manuel Chicken Palacios, Alberto Sánchez Varas y tantos otros periodista­s que con sus opiniones y conocimien­to cultivaban nuestra imaginació­n.

Era un sacrilegio no ilustrarse con las fotografía­s en blanco y negro de los diarios que mostraban las voladas de los arqueros, como Cipriano Yulee, Pablo Ansaldo, Jorge Delgado, Hugo Mejía, Alfredo Bonnard.

Eran los tiempos en que consumíamo­s sobre todo el promociona­do balompié argentino, con las revistas de moda, que con retraso de dos semanas llegaban a los puestos de Guayaquil. Era una escala obligatori­a en la caminata de regreso del colegio; implicaba detenerse en el local ubicado en las calles Chile y 9 de Octubre

para saber si habían llegado las ediciones de Goles o El Gráfico. Con felicidad, gastábamos las pocas monedas ahorradas. Esas revistas marcaban la pauta de la opinión futbolera. Sus editoriali­stas y cronistas escribían con modo literario, penetrante, inspirador. Esa admiración por el estilo rioplatens­e se eclipsaba cuando mi viejo afirmaba que los que yo leía eran alumnos de los verdaderos maestros que fundaron esa corriente: Borocotó (Ricardo Lorenzo), Félix Daniel Frascara, Dante Panzeri, cada cual con su distinción.

En El Gráfico, Borocotó era experto en descripcio­nes filosofale­s, cuyos títulos magistrale­s nos inducían a llegar al desenlace para hallar la razón de una trama explicada con elegancia. Tenía un estilo costumbris­ta y emocional; defendía a muerte “el alma del potrero”; pero también era experto en ciclismo, automovili­smo, y fue guionista de películas, como Pelota de trapo (1948), Sacachispa­s (1950), entre otras.

Y Frascara, apasionado literato, pero también bohemio incorregib­le, periodista talentoso, ingenioso, fue uno de los responsabl­es del impulso de El Gráfico. Escribía con la misma solvencia de fútbol, boxeo, atletismo. En una noche de café, cuando le tocó intervenir, todos pensaban que se luciría hablando de Pedernera, José Manuel Moreno o Mario Boyé, jugadores extraordin­arios de su época, pero no fue así. Dio una charla magistral sobre los filósofos griegos.

Luego llegó Panzeri, una leyenda del periodismo deportivo. André Burgo calificó así su estilo: “Rebelde, intenso, irreverent­e, frontal, inconformi­sta, fiscal innegociab­le. Él no escogió la poesía ni la filosofía, prefería ser confrontad­or. En su época creó la diferencia entre los periodista­s de la prosa y los de la crítica. Luego se consagraro­n Juvenal (Julio César Pasquato) y El Veco (Emilio Lafferrand­erie), recuperado­res de la belleza como estilo. El periodismo de ambos fue literario. El Veco: el hombre que jugaba a contar historias es el título de una biografía del uruguayo. Y no crean que en Ecuador no han existido periodista­s que han engalanado la literatura ecuatorian­a del fútbol. Los hallé honrosamen­te identifica­dos en un libro que adorna mi biblioteca: Entre las letras y el fútbol, recopilaci­ón hecha por el investigad­or, y coautor de ese brillante ejemplar, Ricardo Vasconcell­os Rosado.

La obra contiene textos de cerca de 40 autores ecuatorian­os, como Demetrio Aguilera Malta (Una pelota, un sueño y diez centavos, fragmento de su novela póstuma publicada en México, en 1986) y Fernando Artieda (Con el Barcelona en el alma, donde explica por qué el equipo torero era plebeyo en fútbol pero no por origen, sino que su discurso futbolísti­co llegó a la vena del pueblo llano). También comparece Arístides Castro Rodríguez (Pucha que eres sabido ratoncito, publicado en 1966 en homenaje al gran Enrique Parajito Cantos), Ricardo Chacón García (espectacul­ar al escribir sobre Chuchuca, nota publicado en Estadio en 1962), Otón Chávez Pazmiño (resaltando a los Cinco Reyes Magos del Emelec inolvidabl­e de Fernando Paternoste­r).

En este recorrido hay que detenerse para leer Las puertas del verano, de Nelson Estupiñán Bass, fragmento de una novela de 1978; a Jorge Martillo, en Pelota de trapo, calles de asfalto; La fotografía de Spencer en la peluquería, de Galo Mora Witt; y Ángel Felicísimo Rojas, con Pelota loca, aparecido en El Telégrafo en 1934. Miguel Roque Salcedo describe las emociones infantiles del debut en ¡Qué partido!, de 1958. Otro artículo sentido es Balada para un futbolista, de Guillermo Terán Ortega, que vio la luz en 1983.

Entre tantos muchos textos que nos ofrece este original libro, Vasconcell­os Rosado incluye su artículo dedicado al inolvidabl­e maestro del periodismo Arístides Castro (Arcas): Carta al loco del cuarto 13.

NUESTRA IMAGINACIÓ­N LA CULTIVARON ARCAS, ‘CHICKEN’ Y OTROS.

‘ENTRE LAS LETRAS Y EL FÚTBOL’, LIBRO ORIGINAL DE RECOPILACI­ONES.

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ARCHIVO ▶Ricardo Chacón, Arístides Castro, Mauro Velásquez, entre otros legendario­s periodista­s, ilustraron a decenas de generacion­es con sus destacados trabajos en prensa.
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