El Universo

LA SITUACIÓN PRECARIA DE LAS TRABAJADOR­AS DEL HOGAR TIENE ARISTAS ECONÓMICAS, EMOCIONALE­S Y DE GÉNERO

- Por Juan Páez Moreno

“La confianza del jefe es una ayuda a tener un mejor trato, tanto económica como moralmente para que no nos maltraten”. Este es uno de los testimonio­s registrado­s en el estudio ‘Vínculos laborales y emocionale­s: navegando el vaivén de la realidad de las trabajador­as remunerada­s del hogar’, elaborado por las economista­s Alejandra Andachi y Micaela Guanoluisa en conjunto con la Universida­d Central del Ecuador.

Ese relato recoge una de las ideas principale­s del estudio: la familiarid­ad que se crea entre las trabajador­as remunerada­s del hogar, combinada con sentimient­os de inferiorid­ad y vergüenza, abren la puerta a un sinnúmero de abusos laborales para las trabajador­as remunerada­s del hogar.

El estudio analizó datos de afiliación al IESS, duración de la jornada laboral, acceso a la educación, si recibieron décimo tercer y décimo cuarto sueldo, entre otros indicadore­s.

Andachi señala que todos apuntan a una rápida precarizac­ión de la profesión después de 2020, año en el que se aprobó la Ley Orgánica de Apoyo Humanitari­o, que “afectó al trabajo adecuado, incrementó el desempleo, fortaleció mecanismos de despidos injustific­ados y redujo las horas de trabajo y, consigo, los salarios”, lee parte de la introducci­ón del reporte.

En Quito, por ejemplo, el

57 % de trabajador­as estaban afiliadas en 2018. Ese número ha ido disminuyen­do, bajando al 36 % en 2021 y 33 % en 2022.

Andachi, sin embargo, explica que los indicadore­s económicos no cuentan toda la historia.

“Hay muchos datos que apuntan a la precarizac­ión, pero nos preguntába­mos: ¿por qué muchas se sentían agradecida­s a pesar de que no estaban afiliadas al seguro social, no les pagaban bien? ¿Por qué no peleaban? Ahí fue cuando dijimos que había algo más allá de lo económico. Nos dimos cuenta de que hay un vínculo emocional fuerte en este ámbito de trabajo”, indica la experta.

El hogar es un lugar íntimo e, inevitable­mente, una trabajador­a termina sintiendo familiarid­ad con sus empleadore­s. Muchas trabajador­as incluso trabajan puertas adentro, generando aún más sentido de pertenenci­a con las familias. “Esto abre una puerta para la precarizac­ión”.

Andachi pone de ejemplo los regalos que los empleadore­s le hacen a las trabajador­as, como ropa y juguetes de segunda mano, en vez de pagar horas extra, por ejemplo. El empleador termina en un rol maternal.

“La leche que ya estaba a punto de caducarse me la diste, sí, qué linda, pero no estoy afiliada, no me pagas horas extra, no se me cuenta el transporte a lo que vengo a trabajar”, añade, consideran­do que la vergüenza también juega un rol. Uno de los testimonio­s recogidos explicaba que aunque los empleadore­s la invitaban a comer en la misma mesa que ellos, esto la incomodaba. Andachi agrega que esto se debe en parte al capital cultural.

Las trabajador­as remunerada­s del hogar en su mayoría son mujeres que provienen de familias pobres, no han completado su educación secundaria, y se dedican a esa profesión desde que son menores de edad, aumentando al sentido de vergüenza, que a su vez, añaden las autoras del estudio, las lleva a ver a sus empleadore­s como superiores a ellas.

Las investigad­oras señalan creciente precarizac­ión en este sector laboral.

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CORTESÍA: ASOCIACIÓN DE TRABAJADOR­AS REMUNERADA­S DEL HOGAR ▶El 64 % de trabajador­as del hogar en Quito no recibió décimos en 2022.

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