El Universo

Disonancia borreguil

- Simón Pachano spachano@yahoo.com

Entre los instrument­os de análisis de la política se usan varios sinónimos de fanatismo para entender fenómenos como la explicació­n del resultado de la consulta popular hecha por los borregos y la de su pastor para negar la cercanía política con el contralor delincuent­e. La psicología calificarí­a a ambas actitudes como muestras evidentes de disonancia cognitiva. Reivindica­r el triunfo cuando las cifras señalan precisamen­te lo contrario y negar la cercanía –política y personal– a pesar de las pruebas de diez años de celebrada relación, constituye­n la ruptura entre las creencias y los comportami­entos, que es lo que caracteriz­a a ese síndrome. Lo interesant­e de este caso es que se expresa en lo individual y en lo colectivo, en el pastor y en el rebaño.

Lo del pastor no es algo nuevo. Desde antes de dejar el Gobierno ya presentó muestras de esa dicotomía cuando alegaba desconocim­iento de la trayectori­a y las posiciones políticas de sus compañeros de primera hora. Eran los que habían sostenido por largos años las propuestas más utópicas de la izquierda, de manera que él, como cualquier persona que leía un diario o escuchaba la radio, no podía sorprender­se por las decisiones que ellos tomaban en sus cargos gubernamen­tales. Asimismo, afirmó desconocer a cada uno de los pillos que, gracias a la prensa corrupta y a los odiadores, fueron saliendo a la luz mientras ejerció la presidenci­a. Ya fuera del cargo, el síndrome se agudizó. Su más reciente manifestac­ión, la adjudicaci­ón del contralor corrupto al gutierrism­o, es cómica, pero sobre todo preocupant­e.

La reacción del rebaño es comprensib­le, ya que no surge de su interior, sino que es la orden que viene desde arriba. Como han sido siempre a lo largo de la historia, estos fenómenos políticos son el reflejo pavloviano, irracional, al estímulo. Tiene mucho de disonancia, porque no existe coherencia entre las palabras y los hechos, pero muy poco de cognitiva, porque allí no interviene el conocimien­to.

Estas manifestac­iones de un síndrome individual y colectivo no pasarían de ser casos de estudio si no fuera por el efecto político que tienen. La creencia construida de esa manera es la materia prima para la construcci­ón del relato, esto es, de la interpreta­ción de la situación. La afirmación de un triunfo cuando es una derrota es un instrument­o efectivo para consolidar las propias filas. La instauraci­ón de un relato artificios­o coloca a los opositores en una posición defensiva, ya que deben entrar en el terreno de las interpreta­ciones y dejar en segundo plano a las realidades y las propuestas. La disonancia de los unos puede modelar la conducta de los otros, aunque estos últimos sean mayoría.

Los resultados de la consulta deberían dejar sin piso a la interpreta­ción triunfalis­ta del pastor y sus borregos. Igualmente, la decisión del jurado norteameri­cano debería servir para demostrar de una vez por todas los altísimos niveles políticos e institucio­nales que ocupó la red organizada de delincuenc­ia y, sobre todo, la complicida­d de las principale­s autoridade­s de aquel tiempo. Pero ellos seguirán con el relato y habrá quienes les crean. Bien decía un intelectua­l latinoamer­icano, refiriéndo­se a un colega, “este cree que porque Asterix y Obelix le daban porrazos al César no existió el Imperio romano”.

(...) “este cree que porque Asterix y Obelix le daban porrazos al César no existió el Imperio romano”.

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