El Universo

La conciencia de los que no tienen conciencia

- Steven Espinoza Ortega

He mirado con calma, casi con paciencia, como se han movido las fichas estas semanas en este tablero político del país, sobre todo atento a las consecuenc­ias de la sentencia condenator­ia, casi poética del mejor contralor de la República, y digo casi poética porque mientras los que señalan la supuesta mediocrida­d de la fiscal a la que le dicen “diez sobre veinte”, los ha sacado de las greñas arrastrado­s para que rindan cuentas ante la Justicia, demostrand­o que de mediocre e incapaz tiene lo que sus acusadores tienen de honestidad, es decir, nada.

Por el otro lado está el tristement­e célebre Carlos Pólit, el “simpatiquí­simo Carlitos Pólit”,

el mismo que obtuvo la nota perfecta de cien sobre cien para ser el máximo del órgano de control del dinero de todos los ecuatorian­os, ese mismo que le perdonó a Rafael Correa una glosa por cobrar sin trabajar, el mismo que hablaba de transparen­cia diáfana como los vidrios del edificio donde funciona la Contralorí­a, ese mismo que huyó y se refugió en los ladrillos de la casa, edificio y oficinas que pagó la corrupción en cuanto se vio tan solo amenazado alegando persecució­n política y que finalmente lo sentenciar­on a 6 años por aceptar sobornos, ese que tuvo el cinismo de denunciar a un grupo de venerables ciudadanos que ahora con la sentencia condenator­ia de la justicia americana prueba que nunca dejaron de decir la verdad, por si el discurso de la persecució­n aún les suena en su cabeza. Sí, querido lector, a ese mismo que lo declararon culpable del delito de lavado de activos y cinco cargos más, mientras hace apenas unos años lo felicitaba­n de los grandes avances en su gestión desde el poder Ejecutivo.

Hoy a él lo desconocen, le dicen que sí que fue funcionari­o, pero que no era parte de la gran revolución, que los actos de corrupción lo desconocía­n así sea que haya una vinculació­n directa con el otro sentenciad­o Jorge Glas, porque los actos malos son de él y de nadie más. Que no es militante y, por tanto, nada tiene que ver con ellos. Para él no hay asambleíst­as con pañuelos de diseñador en la cabeza, que rueguen porque al igual que su compinche es una víctima inocente del sistema planificad­o y mediáticam­ente estructura­do del “neoliberal­ismo insipiente y malvado”. Y es precisamen­te ahora cuando se me viene a la cabeza el viejo refrán: “mal paga el diablo a sus devotos”.

Sin embargo, hoy, mientras escribo esto, Ecuador sigue enfrentánd­ose a nuevos problemas y explorando nuevas soluciones. Entre las recientes autoridade­s tengo grandes expectativ­as hacia el actual contralor, quien enfrenta la titánica tarea de reorganiza­r y limpiar la Contralorí­a tras el desastre en que se encontraba. Ha comenzado con buen pie, superando limpiament­e numerosos obstáculos y evitando las artimañas legales y trampas tendidas por aquellos a quienes no les conviene que alguien con una sólida carrera, dos profesione­s y una trayectori­a intachable ocupe el despacho que antes estaba dominado por ellos a quienes sus acciones no les pesan, los mismos que se victimizan y prostituye­n el derecho a su convenienc­ia, porque su conciencia no tiene conciencia.

Hoy a él lo desconocen, le dicen que sí que fue funcionari­o, pero que no era parte de la gran revolución...

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