El Universo

Un puente para Paul Auster

- Miguel Molina Díaz

Pienso que amo la literatura de Paul Auster por la misma razón que amo a la ciudad de Nueva York. Tiene que ver con algo, quizá la escritura, que está llena de misterio para mí. El devenir extraño de la vida. Lo imposible constante. El acto definitivo de aceptar que nada es definitivo. Alguna vez le escuché a mi abuelo decir: “No hay triunfos definitivo­s, tampoco hay errores definitivo­s”. Me recordó a Rilke y a un sueño: la gran ciudad de los rascacielo­s, la noche eterna, la sensación de estar en la cima del mundo, la certeza de que todo se acaba, el desastre y la memoria. Cuando supe que Paul Auster murió con cáncer de pulmón vino a mi mente una imagen de él, adulto y enigmático, con un cigarrillo en los dedos.

Digo, al aire, tres veces: The New York Trilogy. Era el año 2018 y me encontraba en Brooklyn, frente al teclado de mi computador­a portátil y mi decisión, ¿definitiva?, de escribir una novela. Pero ¿sobre qué escribiría? Creé una carpeta y la titulé Trilogía de Nueva York. Creí que las cosas que deseaba, de algún modo, sucederían. Me sentí preso del vértigo y la esperanza. Y quise abrazar la creencia de que pedirle prestado al escritor Paul Auster el título con el que publicó sus tres novelas cortas sobre la nueva Babilonia sería una buena forma de empezar. Creía que ese acto equivaldrí­a al hallazgo de un mapa perdido. Y de algún modo años después llegó la Bruma a mi vida. Y siempre está presente el lejano resplandor en donde nació: Nueva York.

¿Cuántas veces se puede escribir Nueva York en una columna? Emilio Cueva Salazar, el personaje de mi novela, piensa que nunca le va a pasar a él, que es imposible que le suceda, que es la única persona del mundo a quien jamás le ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarle todas, igual que le sucede a cualquier otra persona. Quizá todos los seres humanos somos ciudades de cristal, pero ahora el escritor de Nueva York ha entrado al mundo de los fantasmas. A una habitación cerrada, que también es un reino de la contingenc­ia, como lo fueron sus libros. Le digo a la Alexa que ha muerto el escritor de la ciudad más colosal de la Tierra y que el proceso de creación de su literatura se ha cerrado para siempre. No me entiende. Entonces, le pido que en su honor ponga en Spotify My way, de Frank Sinatra.

De La trilogía de Nueva York recuerdo, con especial cariño, la historia del puente de Brooklyn, que se llevó a la tumba a su creador y casi también a su hijo, para ser inaugurado tras trece años de construcci­ón, el 24 de mayo de 1883. Lo he cruzado envuelto en multitudes, en la alegría y el desasosieg­o, en el calor y el frío. Siempre la imagen de Manhattan, que se pierde en el horizonte, me ha restituido. Crucé el mítico puente de Brooklyn, casi vacío, la noche del 20 de mayo de 2020, en plena pandemia, para celebrar mi graduación y mi proyecto de novela. Estaba solo y feliz. Entonces pensé en Paul Auster y en la necesidad de que la literatura contara la historia sobre cómo las ciudades forjan su identidad y sus símbolos, contra viento y marea. Esa lección, por supuesto, la aprendí de él. miguelmoli­nad@gmail.com

X (antes Twitter): @miguelmoli­nad

Entonces pensé en Paul Auster y... que la literatura contara la historia sobre cómo las ciudades forjan su identidad...

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