El Universo

El orgullo y el fútbol

En 1954 se dio el mayor batacazo de la historia de los mundiales con el triunfo de Alemania sobre Hungría en la final. Muy superior al Maracanazo.

- Por Jorge Barraza barrazajor­ge.11@gmail.com

Todos lo vimos, fue hace poco: el 18 de diciembre de 2022, Argentina conquistó su tercer título mundial y el país entero (real, entero) salió a las calles a abrazarse, a gritar su emoción, a cantar “Muchaaaaac­hos…”. Solo en Buenos Aires se dio un suceso jamás visto: alrededor del Obelisco se congregaro­n seis millones de personas para celebrar. Desde el aire se veía como un gigantesco tubo humano. Era una nación recuperand­o su autoestima, el orgullo perdido. Porque el fútbol ejerce un poder transversa­l que ninguna otra actividad proporcion­a. Con todo respeto, el fútbol no es el remo, la esgrima, el patinaje o la natación. Ser campeón mundial de fútbol es una épica diferente. Por ello sale un pueblo atropellad­amente a vociferar su emoción. Pasó en Colombia en aquel célebre 5 a 0 eternizado, en Francia tras el 3 a 0 a Brasil en 1998, cuando su primer título mundial y millones abarrotaro­n los Campos Elíseos

y el Arco de Triunfo.

Pero el fenómeno del orgullo viene de más atrás, de 1954. Nueve años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, aunque dividida en tres, Alemania volvía a los mundiales. Por primera vez participab­a como Alemania Federal, sin la parte oriental, la comunista República Democrátic­a Alemana, y sin el Estado del Sarre, por entonces Protectora­do del Sarre, bajo dominación francesa. Incluso debieron enfrentars­e en la eliminator­ia Alemania Federal y el Sarre pese a que eran hermanos de suelo. Era, pues, una Alemania que representa­ba el 69,65 % de su territorio actual.

El germano no era por entonces un fútbol considerab­le en Europa. Italia, Inglaterra, Francia, hasta España estaban encima.

A raíz de la guerra, Alemania estaba vetada de participar del fútbol internacio­nal. Como repudio a los crímenes cometidos durante el conflicto bélico, la FIFA le impidió cotejar con otras seleccione­s y participar del Mundial de Brasil en 1950.

Fueron exactos ocho años sin actividad. Los futbolista­s germanos no eran conocidos al llegar a Suiza y nadie apostaba un céntimo por ellos. Una posible coronación germana entraba en el terreno de la ciencia ficción. No obstante, en el debut ganaron cómodament­e 4-1 a Turquía, en ese tiempo un medio futbolísti­camente muy menor. En segundo turno, Alemania debió enfrentar al mejor equipo del mundo, la Hungría de los Magyares Mágicos, con Puskas, Kocsis, Bozsik, Czibor, Hidegkuti y toda la troupe. Fue un resultado catástrofe: Hungría goleó 8 a 3. Pero Sepp Herberger, DT de la Mannschaft, como un ajedrecist­a aventajado, había estudiado varias jugadas posteriore­s. Puso un equipo suplente para no ganar el grupo. Más tarde lo explicó: “Tuvimos que perder contra Hungría para evitar a los campeones mundiales uruguayos y a los subcampeon­es brasileños. Con la autorizaci­ón del presidente de la Federación Alemana envié al campo a ocho hombres que habitualme­nte no jugaban o jugaban poco”.

Fue sencillame­nte genial. Al perder, Alemania quedó obligado a jugar un desempate ante Turquía (volvió a ganarle, esta vez 7 a 1), o sea, un partido más que Hungría, pero eso obligó a los húngaros a enfrentar dos cruentas batallas ante Uruguay y Brasil. Vencieron a ambos, mas quedaron desgastado­s. Y con Brasil se produjo la mayor batahola de la historia de las copas del mundo. Hubo tres expulsados, golpes de puño y una trifulca monumental camino a los vestuarios. Hasta botellazos se arrojaron.

El genio del Danubio, Ferenc Puskas, se ahorró los dos choques porque la tarde del 8 a 3 el defensa alemán Werner Liebrich le propinó una terrible patada en el tobillo que lo mandó al hospital y lo mantuvo lesionado dos semanas. Recién volvió para la final, en la que se reencontró con su verdugo. Nuevamente se verían las caras Hungría y Alemania para decidir el título. Después de aquella salvaje goleada nadie imaginaba otra cosa que la victoria húngara. Sucedió lo increíble. Alemania, una fuerza menor, debía enfrentar al mejor equipo del mundo, que 14 días antes le había metido ocho. Apenas había comenzado la final en Berna y a los ocho minutos ya ganaba Hungría 2 a 0. ¿Cuántos más le haría…? ¿Seis, siete…? Pero aquella Alemania contaba con hombres de buena madera y un espíritu de acero. A los 10 min descontó Max Morlock y a los 18 el magnífico Helmut Rahn puso el empate. Allí comenzó otro partido, más parejo. Y Alemania demostró las virtudes que lo elevarían al grado de potencia. Faltando 6 minutos Rahn recibió en el área, esquivó a un par de rivales y sacó un zurdazo bajo y esquinado que el arquero Grosics no pudo detener. Parecía un cuento, pero era verdad, Alemania estaba ganando 3 a 2. Hungría, ya desesperad­a con el empate parcial, entró en pánico en esos seis minutos que restaban. Y no hubo tiempo añadido; antes no se estilaba. Es sin duda el mayor batacazo de la historia de los mundiales. Muy superior al Maracanazo de Uruguay, pues en la célebre final de 1950 había una diferencia: Uruguay era más equipo que Brasil. Entrevista­mos a Pepe Schiaffino, considerad­o el mejor futbolista del mundo en ese momento. Era un individuo de humildad espartana, pero eso lo dijo sin remilgos: “Nosotros teníamos un equipo excepciona­l”. El arquero Roque Maspoli agregó: “A Brasil le habíamos ganado dos meses antes del Mundial por la Copa Río Branco”. Y Gigghia, el autor del gol triunfal, refrendó: “Nuestra seguridad en el triunfo era total”.

Tras la victoria, la delegación campeona desandó en tren los 430 kilómetros entre Berna y Múnich. Fueron recibidos como héroes porque eso eran, héroes civiles para un país que aún buscaba salir del pozo más profundo de su historia, y tal vez de la historia humana. Alemania era un país paria, desacredit­ado, roto, que intentaba curar heridas y restaurar su economía, su institucio­nalidad, su prestigio y, sobre todo, su orgullo. Se están cumpliendo 70 años.

“El fútbol es un fenómeno único –nos dice Jorge Arriola, peruano nacido en Berlín–. Fíjate, está escrito en los libros que el llamado Milagro Alemán nace con la conquista del Mundial del 54. Alemania se sentía aún abatida y humillada por la derrota en la guerra y por el rechazo de otras naciones, pero ganar el Mundial levantó la autoestima del pueblo y ahí comenzó la reconstruc­ción, lo hizo revivir”. Allí entonces comenzó otra Alemania.

SER CAMPEÓN MUNDIAL DE FÚTBOL ES UNA ÉPICA DIFERENTE.

EN 1954 ALEMANIA DEMOSTRÓ LAS VIRTUDES PARA SER UNA POTENCIA.

 ?? CORTESÍA ?? ▶Una de las acciones de la histórica final del Mundial de 1954, en la que la selección de Hungría perdió sorpresiva­mente 2-3 ante su similar de Alemania.
CORTESÍA ▶Una de las acciones de la histórica final del Mundial de 1954, en la que la selección de Hungría perdió sorpresiva­mente 2-3 ante su similar de Alemania.
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