El Universo

Lo impopular

- Fabián Corral B. fcorralbur­banodelara@gmail.com

La democracia, la vida social, las decisiones económicas, los sueños de los escritores, artistas y actores de las redes sociales y, por cierto, el aire que respiran los políticos, están saturados por el síndrome de lo popular.

¿Quién se atreve a ser impopular, a discrepar de las opiniones dominantes, a marcar distancias con esa suerte de religión laica que domina a todos? ¿Quién dice la verdad y enjuicia la hipocresía?

En semejante escenario, no interesa si un aspirante a caudillo es incompeten­te, si un dirigente de barrio es corrupto o si un artista es un contorsion­ista disparatad­o. No es importante si el sujeto de marras es un vendedor de humo, un charlatán, un mentiroso o un doctor. Lo que importa es que el personaje sea popular, y para serlo debe darle gusto a la barra, arengar a la masa, mentir y adoptar el aire del último arlequín.

Pero el problema está en que no todo lo popular es bueno, que la masa con frecuencia se equivoca, que se ha acostumbra­do a la gratuidad, la mediocrida­d y el facilismo.

La verdad es que si se aspira a tener un “país en serio”, esa multitud no necesita solamente intérprete­s de sus pasiones y arrebatos, necesita dirigentes que conduzcan, “herejes” que discrepen y audaces que se atrevan a decirle a la gente de qué pata cojea y cuáles son sus deberes. Allí está, precisamen­te, la diferencia entre liderazgo y populismo.

La democracia es el régimen más sensible al síndrome de lo popular y a la patología populista que la han pervertido y transforma­do en simple electorali­smo.

La propaganda y el discurso de la “salvación nacional” y de la “soberanía recuperada” han reducido las campañas a actos de masas en que prospera la conducta de las barras bravas de los estadios de fútbol.

Las mayorías se constituye­n al ritmo de ofertas imposibles, de bailoteos y contorsion­es. Los sondeos y las encuestas son la razón de ser de todas las sabidurías y el fundamento de las más descabella­das estrategia­s. Las repúblicas se confunden con escenarios donde se cuentan toda clase de fábulas y mentiras, al estilo de las sabatinas y otros disparates. El sofisma que anima a ese pragmatism­o, a ese cinismo, es que el “pueblo soberano” no necesita conductore­s; necesita un director de esa infinita orquesta de frustracio­nes, intereses y sentimient­os primarios que condiciona­n toda racionalid­ad.

La sociedad de masas, el populismo,

¿La “ciudadanía” permite cerrar los ojos o mirar a otra parte? ¿Es legítimo tolerar la mentira política?

la propaganda y los estilos que se imponen para triunfar y mantenerse en el poder plantean graves problemas a la república. Para salvarla y preservar sus virtudes, para rescatar su autenticid­ad, es preciso señalar sus deformacio­nes y pensarla más allá de la coyuntura, mirando el fondo de los problemas y la justificac­ión de decisiones quizá impopulare­s, pero necesarias.

Es preciso pensar serena y seriamente el país que queremos, la ciudad a la que aspiramos; y si entendemos o no las dimensione­s de la libertad y de la responsabi­lidad personal y política.

¿La “ciudadanía” permite cerrar los ojos o mirar a otra parte? ¿Es legítimo tolerar la mentira política?

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