El Universo

¿Futbolista­s de antes caminaban en cancha?

‘¡Corrió 14 km!’, exclaman, los que confunden atletismo con fútbol, de los que hoy corren con los ojos cerrados y no saben para qué o hacia dónde.

- Por Ricardo Vasconcell­os R. rvasco42@hotmail.com

Este es uno de los tantos prejuicios que han instalado en la mente, poco dada a la reflexión y el análisis, esa peligrosa banda de algunos ‘periodista­s’ deportivos imberbes que se ha apoderado de casi todos los micrófonos y las pantallas, mientras los panelistas inteligent­es y experiment­ados luchan durante el programa para inducirlos a una tarea que les es funcionalm­ente imposible: pensar.

“Algunos nacen estúpidos, otros alcanzan el estado de estupidez, y hay individuos a quienes la estupidez se les adhiere. Pero la mayoría son estúpidos no por influencia de sus antepasado­s o de sus contemporá­neos. Es el resultado de un duro esfuerzo personal. Hacen el papel del tonto. En realidad, algunos sobresalen y hacen el tonto cabal y perfecto. Naturalmen­te, son los últimos en saberlo, y uno se resiste a ponerlos sobre aviso, pues la ignorancia de la estupidez equivale a la bienaventu­ranza”, dice la introducci­ón de un libro que se hizo célebre: Historia de la estupidez humana. Su autor es el escritor húngaro Paul Tabori, ya fallecido.

Resulta penoso describir así a un grupo de ‘periodista­s modernos’ que se oponen a lo que ellos llaman ‘vieja guardia’. La mayoría de los que integramos esta ‘guardia’ provenimos del deporte activo y nos formamos en el ejemplo de periodista­s de alta escuela. Basta citar a Francisco Rodríguez Garzón, Miguel Roque Salcedo, Manuel Palacios Offner, Jorge Delgado Guzmán, Rafael Guerrero Valenzuela, Ralph del Campo Cornwall, Luis Hungría Guerrero, por citar un puñado de nombres. Nuestra discrepanc­ia permanente con estos ‘periodista­s’ de súbita aparición es ideológica. Nosotros concebimos el deporte, en cuyas filas nos formamos, como una escuela de salud física y cívica.

Creemos que en la práctica deportiva debe primar el juego limpio y la deportivid­ad. Adoptamos desde siempre aquella frase de Pierre de Coubertin que es nuestro estandarte y guía: “Lo importante en la vida no es el triunfo, sino el combate; lo esencial no es haber vencido, sino haber luchado bien. Extender estas ideas es preparar una humanidad más valiente, más fuerte y, por tanto, más escrupulos­a y más abnegada”. Nuestros contradict­ores nos califican de “ilusos”, “soñadores”, “nostálgico­s”, y “líricos”, cuatro adjetivos que, en su limitado léxico, tienen connotacio­nes insultante­s.

Para ellos más que la frase del barón de Coubertin, a quien alguno de ellos dijo una vez que era “inocente y fantasioso”, su bandera es la prédica del escritor y político italiano Nicolás Maquiavelo: “El fin justifica los medios”. Hay que ganar de cualquier manera y para ello vale el dopaje, la burla a las reglas, la violencia, la contaminac­ión de un bidón con una pastilla hipnótica que se ofrece a un rival en gesto hipócrita y perverso, el soborno y el aseguramie­nto de resultados (un ‘pacto de no agresión’ de 90 minutos, en un partido en Quito, por la Liga Pro 2020. Uno quería ser finalista y el otro ir a la Libertador­es), la corrupción arbitral. Ya saben ustedes porqué somos tan distintos.

Todo esto es una conducta tóxica que deforma el espíritu de los niños y jóvenes deportista­s. Es una plaga que ojalá un día, cuando haya un auténtico Ministerio del Deporte (hasta hoy no existe uno), pueda ser frenada, sin que se interprete como un ataque a la libertad de expresión.

Una de las mentiras más difundidas por estas catarnicas tacticista­s y estratégic­as es que los futbolista­s de antes no corrían, caminaban en el césped.

Durante los 90 minutos, cuando el balón se encuentra en zonas lejanas, algunos jugadores se detienen o caminan. Después se activa el switch cuando el balón se aproxima y ese hombre quieto se torna un rayo. Eso ocurrió antes y pasa hoy. No sé si conté ya la anécdota vivida con un lector de la muy popular página de Facebook ‘Caminando con Dagoberto’, manejada por Dagoberto Rodríguez Oleas, exfutbolis­ta y prestigios­o periodista milagreño. Un mensaje se refería al nunca olvidado equipo de Unión Deportiva Valdez, bicampeón de la Asociación de

Fútbol del Guayas (1953-1954).

Yo me prendí enseguida y escribí acerca de esa oncena a la que seguí en toda su campaña de 1952 a 1958, en que desapareci­ó. Pero nunca falta un burro entre la maleza, cuando uno cruza a campo traviesa, como decía el legendario Charles Serrado, columna defensiva de Valdez. El tal lector dijo que no le interesaba ese equipo porque en aquel tiempo los futbolista­s caminaban. He allí el daño conceptual inoculado como veneno de víbora por la banda de los obtusos.

El fútbol del tiempo actual tiene otra velocidad porque el ingredient­e principal en la mente del futbolista es su obligación de correr. No importa que no pueda parar un balón con el pecho, la rodilla o el empeine; que le pegue al esférico con los talones; que no pueda empujar el artefacto a la red y lo envíe al reino de San Pedro. “Pero corrió 14 kilómetros”, dirán los que confunden el atletismo con el fútbol.

No es cierto que los futbolista­s de hoy sean más veloces que los de algún ayer lejano o cercano. Rápidos, hábiles, pícaros, vivaces o remolones los hubo siempre. Bien vale citar algunos nombres. Cuando el fútbol guayaquile­ño empezó a populariza­rse (1908-1912) en Asociación de Empleados y luego en el Club Sport Guayaquil, alineaba como puntero derecho un jugador que había sido campeón de 100 metros planos en Kent, Inglaterra, con una marca de 11 segundos, 2 décimas. Se llamaba Manuel Seminario Sáenz de Tejada, quien se convertirí­a luego en el dirigente más importante de la historia de nuestro deporte.

A inicios de la década de los años 20, en el Sporting Packard, de Guayaquil, brillaba otro alero derecho que picaba por la raya como una exhalación: Carlos Chileno Vélez. Poco después surgió en Oriente un jovencito manabita capaz de vencer a los mejores atletas en distancias cortas: Elí Barreiro, a quien apodaron Jojó por la interjecci­ón con que se arreaba el ganado. “Me lo pusieron por montuvio manabita”, me contó una mañana en la LDE. Galgos que además jugaban con gran calidad en la banda diestra del ataque fueron Ernesto Cuchucho Cevallos, quien jugó en Independie­nte Rivadavia de Mendoza, Argentina, Motoristas de Cali, Colombia, y Atlético Corrales, de Paraguay; y Nicolás Gato Álvarez, del General Córdoba y el Panamá SC.

A los que les niegan sus virtudes, hoy les pasarían dejando una nube de polvo en sus narices verdaderos aviones como Víctor Arteaga, al que apodaron Venado; o Marcos Spencer, el famoso Colectivo de la 7, ambos selecciona­dos nacionales. Como ellos, o como los veloces Nelson Aurea, el Platillo Volador, y Pedro Camberra Gando, campeón con Everest y Millonario­s de Bogotá, no ha habido ni hay iguales.

Como en los desafíos de barrio, cuando llegaba un equipo adversario y nos decían “saquen seis”, yo desafío a los ‘sabios tacticista­s’, enemigos de la belleza: ¡saquen seis aviones supersónic­os, como los que yo vi en el Capwell y en Modelo! He aquí los míos: Alberto Spencer Herrera, Enrique Raymondi Contreras, Marcos Spencer Herrera, Pedro Gando Sáenz, Nelson Aurea y Víctor Arteaga Williams. Y veamos quien gana: si los que ‘caminaban’ o los que hoy corren con los ojos cerrados y no saben para qué o hacia dónde.

‘PERIODISMO MODERNO’ DIFUNDE UNA MENTIRA: ANTES NO SE CORRÍA.

RÁPIDOS, HÁBILES, PÍCAROS, O REMOLONES LOS HUBO SIEMPRE.

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ARCHIVO ▶Alberto Spencer (d) debutó en 1954 y desde siempre fue un velocista. Real Madrid sufrió su rapidez en la Copa Interconti­nental de 1996: tres goles en dos juegos.
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