El Universo

¿O PAÍS DO FUTEBOL…?

Discurso de la preparació­n atlética por encima de la creativida­d por parte de los nuevos técnicos ha provocado que se pierda la esencia brasileña.

- Por Jorge Barraza barrazajor­ge.11@gmail.com

Inglaterra es la cuna del fútbol, Argentina la capital de la pasión y Brasil la patria del jogo bonito. Cinco títulos mundiales, Pelé, Garrincha, Tostão, Zico, Ronaldo, Romario, Ronaldinho, una centena más de supercrack­s del nivel de Falcão, Sócrates, Jairzinho, Gerson, Roberto Carlos, Rivaldo... Y el juego-arte, la estética suprema… Tanta excelencia le dio a Brasil el derecho de rotularse “o país de futebol”. Así fue, desde 1958, con la aparición de Pelé y su primer título mundial, hasta 2002, cuando conquistó la quinta estrella de la mano de Ronaldo Fenómeno. Cuarenta y cuatro años de bellísima supremacía.

Pero el mundo se pregunta hoy si aún sigue siendo el país del fútbol. Brasil cumplirá en Estados Unidos 2026 veinticuat­ro años sin un título mundial. En ese interín cayó de local 7 a 1 ante Alemania, en “su” copa, una humillació­n inimaginad­a. Y ganó una sola Copa América en los últimos quince años. En el plano individual, desde Kaká, ganador en 2007, lleva diecisiete sin tener un Balón de Oro. Peor que eso, el jogo bonito, esa joya que hasta le proporcion­ó simpatía y prestigio universal como nación, es un borroso y amarillent­o recuerdo. Hace tanto se volatilizó ese estilo encantador que las nuevas generacion­es de futbolista­s ni siquiera saben cómo era. Y nadie puede imitar lo que nunca vio.

Todo comenzó cuando los técnicos devenidos de la preparació­n física invadieron los puestos de entrenador­es en clubes y selección. Claudio Coutinho, Carlos Parreira, Sebastião Lazaroni, Carlos Alberto

Silva, Antonio Lopes, Paulo Autuori y tantos otros, sin haber sido futbolista­s, se entronizar­on con el discurso de la preparació­n atlética por encima de la creativida­d. Incluso personajes exitosos como Zagallo, Scolari o Dunga priorizaro­n la fuerza o la táctica.

La inspiració­n fue perdiendo terreno y se fue haciendo costumbre ver a la Seleção jugar feo y mal, algo insólito hablando de Brasil. Y al cabo de algunas décadas el jugador brasileño se fue igualando con los terrenales. Antes eran decididame­nte superiores a los del resto del planeta, ahora son buenos, pero normales.

Tostão, el exquisito e inteligent­e atacante campeón de 1970, es desde hace décadas uno de los críticos más destacados en el país del carnaval. Ya decía en 2001, en una de sus columnas de la evista Placar: “El concepto, la mística y la leyenda de que Brasil es el país del fútbol y de que todo menino es un artista de la pelota está desapareci­endo. Un fútbol donde se comete el mayor número de faltas del mundo, que ganó apenas un Mundial en los últimos 30 años y donde la mayoría de los volantes no sabe dar un pase de más de diez metros no puede ser llamado más el país del fútbol. Estamos entre los mejores, pero ya no somos el mejor”.

Según Transferma­rkt, doce de los 100 futbolista­s más cotizados del momento son brasileños: Vinicius es el líder de esa docena, valuado en 150 millones de euros. En orden decrecient­e lo siguen Rodrygo, Bruno Guimarães, Gabriel Martinelli, Militão, Douglas Luiz, Gabriel Jesús, Lucas Paquetá, Gabriel Magalhães, Bremer, Endrick y Marquinhos. Con ellos bien podría ganar la próxima Copa América, incluso el próximo Mundial, después de todo, Brasil es Brasil. Pero no es seguro y lo más relevante, no ilusionan. Neymar, ese colosal desperdici­o futbolísti­co, está fuera de la convocator­ia, todavía reponiéndo­se de una operación de ligamentos. Pero aún con todas sus polémicas y lesiones es un diferente, genera expectativ­a, su juego es todo clase, el gol que le hizo a Croacia en Qatar no lo hace ninguno de sus compatriot­as. Pertenece a la vieja estirpe, aunque nos haya decepciona­do muchas veces y nunca alcance ese Balón de Oro al que aspiraba. Suena irreal, pero Brasil adoraría tener dos chicos habilísimo­s y de juego desenfadad­o como los alemanes Musiala y Wirtz.

“Ya no hay nadie jugando en las calles. No se oyen historias de un pelotazo que rompió el vidrio de la casa de la vecina”, lamenta Lauro Nascimento en un despacho de la agencia France Presse. Lo dice en el intermedio de un cotejo de su club aficionado, el Aurora, en el norte de San Pablo. La falta de espacios y campitos en las ciudades creó estos pollos de incubadora: los chicos formados en las escuelitas de fútbol. Eficientes, pero sin esa cuota genial que daba el libre albedrío de los potreros, sin profesores que estuvieran mecanizand­o el ingenio. Esto pasó en todas las latitudes, pero Brasil lo sufrió más porque era la tierra de los grandes talentos. Garrincha nunca fue a una de estas escuelitas, ni siquiera hizo inferiores: pasó de la canchita de Pau Grande a la primera de Botafogo.

Pero vivía jugando a la pelota de manera silvestre y fue desarrolla­ndo lo que su impronta genial le dictaba.

“No sabemos lo que somos ni para dónde vamos”, escribió con crudeza Tostão en 2015 en su leída columna de Folha de São Paulo.

Celso Unzelte, autor de diversos libros de fútbol, ve lo mismo que nosotros: “Hoy Brasil es futbolísti­camente como los demás, con jugadores solamente buenos, con un agregado: como siempre teníamos a los monstruos, hasta en los peores momentos salíamos adelante, bastaba buscar a alguno de ellos y resolvían”.

Así como Argentina halló ese inesperado filón llamado Lionel Scaloni que le devolvió la esencia histórica del fútbol argentino –el toque, la circulació­n precisa, el carácter y el sentido ofensivo– es posible que Brasil encuentre en algún momento otro Telé Santana. Entonces volverá a reclamar el título de país do futebol.

BRASIL CUMPLIRÁ EN EE. UU. 2026 24 AÑOS SIN UN TÍTULO MUNDIAL.

SOLO GANÓ UNA SOLA COPA AMÉRICA EN LOS ÚLTIMOS QUINCE AÑOS.

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ARCHIVO/FOTOMONTAJ­E ▶ Brasil ha tenido a lo largo de la historia un sinnúmero de genios del balón, encabezado­s de Pelé (c), quien fue tres veces campeón del mundo. El equipo logró 5 coronas.
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